Carnaval

carnavalEstamos en Carnaval, una época del año en la que muchos de nosotros nos dábamos el gusto de dejar de ser nosotros mismos y poníamos en evidencia nuestras fantasías. O al menos así era muchos años atrás, cuando los disfraces, los antifaces y las máscaras nos permitían ocultar nuestro verdadero yo y tomar durante algún tiempo la personalidad de un pirata, un arlequín, un hada o una princesa, para salir a la calle a festejar con agua, papel picado y serpentinas (y en algunos lugares del país, también con harina o con perfume) la magia del Carnaval. Todo era alegría. Todos participábamos de la fiesta yendo en familia a disfrutar del corso, los desfiles de carrozas y los espectáculos musicales. Pero eso ya es pasado y sólo la nostalgia nos acerca esos recuerdos. Hoy día, para bien o para mal, las costumbres han mutado y son las reuniones bailables –los boliches-, el alcohol y muchas veces la droga las que toman el lugar de nuestros sueños. Carnaval se ha tornado en sinónimo de desenfreno, pero un desenfreno “de segundo orden”, porque ya no se espera hasta estos días para “disfrutar de las bondades” de los “Time warp”, los “Cromañon” y similares productos de los tiempos modernos (o de los delincuentes que los producen), en los que la tragedia se oculta a la vuelta de cada esquina escondida en pastillas de éxtasis, bebidas energizantes y música que destruye los oídos. La magia del Carnaval, ese Carnaval inocente y familiero, se ha perdido y tal vez nunca lo recuperemos. ¿Reflexiones de un viejo fuera de época? Tal vez. Pero, ¿quién puede asegurar que el tiempo actual sea mejor que el pasado, al menos en lo referido al festejo del Carnaval?

Este texto forma parte de la serie “Reflexiones sin flexiones”.