Placer

Sacó un cigarrillo golpeando levemente el fondo de la cajetilla, lo tomó con su mano izquierda, donde un enorme anillo de sello repelía los fulgores de la lámpara cercana, y lo deslizó por la base de la nariz, aspirando con deleite el aroma del tabaco. Con su otra mano tomó el viejo Ronson y acercando la llama encendió el cigarrillo. Enseguida, como al descuido, lo apoyó en el cenicero. Dejó que su mirada se perdiera entre las volutas que danzaban desordenadamente haciendo arabescos en el aire, mientras el cilindro de papel comenzaba a teñirse de canas. Suspiró. Con los dedos índice y pulgar de la mano derecha desprendió el opaco ojo de vidrio con el que lastimosamente procuraba ocultar su desventura y lo dejó sobre la mesa. Luego, en una estudiada liturgia, colocó el cigarrillo encendido en el hueco donde alguna vez habitara un ojo y lentamente, muy lentamente, comenzó a fumar.

Este relato forma parte de la serie «Relatos extravagantes (algunos incluso raros)».

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