La pasta

-¡Acompáñeme!- le ordenó el policía con voz imperativa, mientras le indicaba con la mano hacia dónde ir. Rafael lo miró asombrado. No entendía el por qué de la orden ni el tono brusco y desagradable con que le hablaba. -¿Qué sucede?- atinó a preguntar. –¡Le dije que me acompañara!- insistió autoritariamente el vigilante. –Sí, pero acabo de preguntarle qué es lo que pasa- volvió a decirle mientras contenía el enojo. –Aquí el que hace las preguntas soy yo -dijo nuevamente el uniformado- y vos tenés que hacer lo que te digo- gritó, volcándose a un tuteo repentino. Rafael decidió no confrontar y fue caminando codo a codo con el irascible representante de la autoridad. Llegaron a la comisaría, entraron, y el policía, con un brusco empellón, lo introdujo en una sala en penumbras. Al instante, otro uniformado cruzó la puerta y entre ambos lo encararon. -¿Qué hacías en el bar esta mañana?- le preguntó el que parecía de mayor rango. –Nada- respondió él. –Tomaba una café. –Pero vos te pensás que somos idiotas- lo increpó el mismo que había hablado antes. –Sí, efectivamente pienso que son idiotas, pero no sé qué tiene que ver eso con lo que yo hacía en el café- respondió. Un fuerte puñetazo cruzó el aire y la pomposa piedra del anillo aterrizó sobre su cara abriéndole un hilo de sangre en la mejilla derecha. -¿Creés que no sabemos que estabas vendiendo pasta?- insistió el policía mientras se fregaba el puño. –El Comisario General Martínez te marcó como traficante y nos ordenó que te chupáramos, así que si no colaborás, te juro que sos boleta. –Mirá- respondió Rafael adhiriéndose al tuteo. –No conozco a ningún comisario Martínez y la única pasta que vendo son los ravioles del domingo. Me parece que se equivocaron de candidato, así que mejor terminemos con esto y cada uno a sus cosas-. Los policías se miraron confundidos. ¿Tendrían mal el dato? –Vos sos Rafael Banderas y vendés droga- insistió el oficial. –Yo soy Rafael Bandera, sin “s”, y lo que vendo son fideos- respondió Rafael. Nuevamente los uniformados intercambiaron una mirada desconcertada. –Está bien, borrate de aquí, pero que no te pesquemos en un renuncio- lo amenazó una vez más el que lo había detenido. Rafael se levantó de la silla y con movimientos calculados salió lentamente de la habitación. Cruzó el patio de la comisaría, saludó al guardia de la puerta y caminó cinco cuadras hasta llegar a su negocio de venta de fideos. Diez minutos más tarde sonó el teléfono. Atendió, para escuchar una voz que le decía: “¿Tenés ya el pedido de coc…, digo de pasta? Habla Martínez”.

Este relato forma parte de la serie “Cuentos incontables”.

Deja un comentario