Entrando a una caverna

Caverna 1La soledad se encarna en frío. Un frío cerril que penetra violentamente bajo la piel desnuda congelando las venas y la sangre. Un frío ambivalente, silencio y oscuridad: una oscuridad silente, un silencio oscuro. Los pies desnudos palpitan un suelo incoherente de mogotes traicioneros y baches profundos que muerden los talones. Buscan asentarse en los espacios esperanzadamente planos, pero no logran su designio. No hay una luz inerme, no hay un sonido opaco. Sólo impera una tirana soledad, una Saba sojuzgando a súbditos oscuros, silenciosos, inconexos. Las manos, aferradas al borde de la entrada, se niegan a avanzar. Los dedos solitarios se escurren entre sí, procurando retener el calor que huye lentamente. Y los ojos, que escudriñan la oscuridad absoluta, parpadean en el silencio de la caverna muda. No puedo más. Niego mi sí a la penumbra que me atrapa, y dando media vuelta, me distancio.

Este relato forma parte de la serie “Relatos y correlatos”.

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