La apuesta

PulgarApulgaró el clavo contra la pared. Sintió el dolor en la yema del dedo dañado por el mojón de acero, pero no cejó en su propósito y continuó empujando con fuerza. La alcayata resistió la presión y la sangre de los finos capilares atravesó la piel e inundó la palma de la mano. Hizo una pausa para recomponerse y luego redobló el esfuerzo. Lentamente, el pequeño bastón puntiagudo se hundió por completo en la mampostería dejando a la vista sólo el redondel de la plana cabeza. Con una sonrisa se volvió hacia su adversario y le dijo: “Treinta segundos”. Éste lo miró con suficiencia, y apoyando un nuevo clavo sobre la pared, lo hundió con un solo golpe de martillo. Luego, mirando a su contendiente, le devolvió la sonrisa y le respondió: “Un segundo. Yo gané la apuesta”.

Este relato forma parte de la serie “Relatos extravagantes (algunos incluso raros)”.

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