46. El ahogo

dedos en la gargantaLa lengua comenzó a recorrer morosamente la garganta. La boca buscaba atrapar trozos del aire que lentamente se le negaba. Las gotas de sudor bañaban los ojos con el sabor salobre de lágrimas impensadas y un silencio finito como un estiletazo hirió los oídos. Nadie parecía darse cuenta de su ahogo. Nadie miraba hacia su desesperación. El rostro, de suyo pálido, era ahora una sinfonía de morados, una máscara rojiza que suspiraba miedo. En un esfuerzo final, puso dos de sus dedos en la garganta y lentamente extrajo un trozo de silencio oscuro como un pensamiento abandonado.

Este relato forma parte del libro “Ciento un relatos que siento uno” publicado en Diciembre de 2010.

El ahogo (II)

IndiferenciaComo regurgitando pensamientos apenas esbozados, como sintiendo la presión de los instintos sobre las sienes pobladas de amargura, como saboreando un banquete de ojos derretidos por el calor de un fuego que no ardió, la noche en que tu historia se sobrepuso con la mía rodeó mi cuello, se deslizó brevemente por el pecho, y en el instante aquel en que la amargura abandonaba el nido, una imagen sin final me penetró pausadamente, gozando de un momento que nunca llegué a saborear, perdido en mi propia indiferencia.

Este relato forma parte de la serie “Relatos extravagantes (algunos incluso raros)”.

El ahogo

Aspiró con fuerza procurando rescatar pequeñas bocanadas de ese aire que se le comenzó a negar cuando el trozo de comida, impulsado por su propia tos, se desvió del tubo digestivo hacia las vías altas que llevan el oxígeno a los pulmones. Sentía la sangre agolparse en el rostro, impulsada por la asfixia, mientras la garganta se le cerraba con el obstáculo que le laceraba la mucosa. Desesperado, introdujo uno de los dedos en la boca; luego otro y otro más, hasta casi hacer desaparecer la mano dentro de la inflamada glotis. Pero nada; no podía alcanzar ni remover de su tensa garganta el motivo de su agonía. Inesperadamente, una mosca solitaria se le introdujo en la nariz. El asco y la angustia le potenciaron la tos, y tras un estallido de sangre y saliva, escupió el trozo de carne que lo ahogaba. Suspiró aliviado. La mosca, en tanto, salió de la nariz y continuó el vuelo. Atrás quedaba su reciente desove.

Este relato forma parte de la serie “Relatos extravagantes (algunos incluso raros)”