El ahogo (II)

IndiferenciaComo regurgitando pensamientos apenas esbozados, como sintiendo la presión de los instintos sobre las sienes pobladas de amargura, como saboreando un banquete de ojos derretidos por el calor de un fuego que no ardió, la noche en que tu historia se sobrepuso con la mía rodeó mi cuello, se deslizó brevemente por el pecho, y en el instante aquel en que la amargura abandonaba el nido, una imagen sin final me penetró pausadamente, gozando de un momento que nunca llegué a saborear, perdido en mi propia indiferencia.

Este relato forma parte de la serie “Relatos extravagantes (algunos incluso raros)”.

Destilación amarga

Las lágrimas suelen crear en la conciencia el sabor salobre de las dudas, los sufrimientos, las esperanzas frustradas. Cuando barrenan por surcos invisibles las mejillas inflamadas por la pena, se las confunde con un bálsamo en gotas, con un alivio en porciones tan pequeñas como insignificante es el dolor. Sin embargo, las lágrimas pueden destilar su amargura para dar cabida a la sorpresa, a la alegría de un nacimiento, a la emoción de un logro inesperado. Nadie sabe con certeza dónde van a parar esas minúsculas partículas que abandonan su húmeda cuna. Lo cierto es que a partir del momento en que la sal diluye la amargura, cada lágrima es un joya imposible de replicar, una nueva y sinuosa ilusión que se desliza en llanto, un sonoro silencio de esperanza y perdón.

Este texto forma parte de la serie «Reflexiones sin flexiones».