De pluma ajena – Antiguas historias

Hola a todos. Continuamos con las antiguas historias que encontré entre mis papeles. La de hoy se titula “Los clavos en la puerta” y espero que les guste.

Los clavos en la puerta

Esta es la historia de un joven que tenía muy mal carácter. Debido a ello, un día su padre le dio una bolsa de clavos y le dijo que cada vez que perdiera la paciencia clavara un clavo detrás de la puerta.

El primer día el joven clavó 37 clavos. Durante las semanas siguientes, a medida que aprendía a controlar su genio, clavaba menos clavos, hasta que un día logró controlar por completo su mal carácter y no necesitó clavar ningún clavo en la puerta.

Después de informarle a su padre, éste le sugirió que retirara un clavo cada día que lograra controlar su carácter. Los días pasaron y el joven pudo finalmente anunciar a su padre que no quedaban más clavos para retirar de la puerta.

El padre lo llevó hasta la puerta y le dijo: -Has trabajado duro, hijo mío, pero mira todos los hoyos que has dejado en la puerta. Nunca más será la misma. Cada vez que pierdes la paciencia dejas cicatrices como éstas en los demás. Puedes insultar o criticar a alguien y luego retirar lo dicho o pedir disculpas, pero las cicatrices perdurarán…

De la serie “De pluma ajena”

La ciudad que perdió los ladridos

perrosNadie pudo prever la horrible epidemia que se abatió sobre la ciudad y que en pocas semanas acabó prácticamente con todos los perros que hasta poco antes la habitaban. Nadie. Ni los dueños de los animales, que los veían decaer nerviosamente hasta sumirse en un profundo sopor y finalmente abandonar toda respiración, ni los veterinarios, que no atinaban con la medicina que los rescatara del letargo, ni las autoridades sanitarias, atónitas e impotentes ante los devastadores resultados de la que parecía ser una diferida onceava plaga del milenario Egipto. Lo cierto es que la ciudad fue vaciándose de canes, hasta que sólo quedaron con vida una enorme hembra gran danés de un metro de alzada y un terrier polca de escasos siete centímetros. La frustración era previsible. Ninguna vida podría resultar de tan despareja cruza. En realidad, ni siquiera era pensable intentar la cópula. La intentona de una fecundación forzada chocó con la inevitabilidad de la muerte del diminuto macho. Horas más tarde, la hembra siguió la misma suerte. Al día siguiente, la ciudad amaneció más limpia y silenciosa que de costumbre. Sin embargo, ese mismo día, una gran parte de los habitantes de la ciudad modificó negativamente y para siempre su carácter.

Este relato forma parte de la serie “Relatos y correlatos”.

Caracterología

Dicen los que saben –y los que no sabemos lo repetimos- que los caracteres humanos básicos se dividen en ocho categorías básicas. Claro, es básico que si hablamos de caracteres básicos las categorías sean básicas. También podríamos decir que son primordiales, cardinales, capitales, radicales, elementales, fundamentales, esenciales o principales, pero me parece que estaríamos complicando mucho las cosas. Y además, según el caso, podrían tildarnos de estar haciendo política, defendiendo el capitalismo, ser fundamentalistas o estar pagados por empresas que fabrican perfumes. Debido a todo lo cual, me quedo con lo básico y listo. Los ocho caracteres son Colérico, Pasional, Nervioso, Sentimental, Sanguíneo, Flemático, Amorfo y Apático. Cada carácter tiene caracter-ísticas. ¿Vieron que ingenioso? Aunque ingenioso no es un carácter. Más bien es un…, un…., la verdad, no sé qué es. Yo conozco gente de todos los caracteres. No, no quiero decir que una misma persona tenga todos los caracteres, sino que cada uno tiene uno. Si no, ¿se imaginan el pobre tipo los desórdenes de personalidad que tendría? Vamos a analizar las particularidades de cada carácter. Por ejemplo, el Colérico. Tengo un amigo explorador que es colérico. Se pescó el cólera una vez que hizo una excursión a la India. Resulta que llegó a Bengala y allí se le encendieron los fuegos artificiales. Como el cólera es una enfermedad diarreica, conoció todos los baños de la zona. Hizo la mayor parte del viaje sentado el pobre, y casi cambia el carácter de colérico a hemorroico. El cólera se contagia a través de las heces, así que mucha gente para prevenirse no usa esas letras y se las come. Pero si se las come, igual se contagia. Ah, ¿esas son “eses”, no “heces”? No importa, si de hecho la hache no sirve para nada. El segundo carácter es el Pasional. Los pasionales son pasionales. ¿Está clara la definición? Quiere decir que hacen todo con pasión. La pasión es un sentimiento muy fuerte hacia una persona, tema, idea u objeto. Es decir, que está relacionada con el deseo. Uno puede decir por ejemplo “yo deseo”, pero no puede decir “yo pasión”. Entonces, ¿dónde está la relación? El pasional es muy impulsivo, no piensa con la cabeza sino con… esa parte del cuerpo que queda entre el ombligo y las rodillas. ¡Sí, con esa! ¡Con el estómago! ¿En qué estaban pensando? El siguiente carácter es el Nervioso. Tengo un amigo que es nervioso. Está tan flaco que se le notan todos los nervios. Él dice que lo que pasa es que es fibroso. Yo más bien creo que está subalimentado. Es divorciado, vive solo en un departamento de un ambiente y en el piso superior convive una familia con siete chicos de entre dos y nueve años. ¡Como para no estar nervioso! Y ya está cambiando de carácter hacia el pasional. Dice que si agarra a alguno de los pibes, lo liquida. Otro carácter es el Sentimental. También tengo un amigo sentimental. Es susceptible, romántico e impresionable. Le gusta mucho el bolero. Tanto, que tiene una colección impresionante de calzoncillos y bóxers. Para el sentimental es muy importante el sentimiento. Es decir, sentir que miente. ¡Porque hay cada mentiroso en este carácter! El siguiente es el Sanguíneo. Otro de mis amigos es sanguíneo. Le encanta donar sangre y vive de eso. Claro que no puede hacerlo todos los días porque se le acaba la materia prima, pero cada seis… ¿Cómo “qué quiere decir cada seis”? ¡Cada dos por tres! ¿O acaso no da seis? Volvamos entonces. Cada dos por tres va al hospital a donar sangre. Ya lo conocen: cuando lo ven venir, los enfermeros dicen “Allí viene el agujereado”. Claro, con tantas agujas que ha tenido en su vida parece el reloj astronómico de Praga. El dice que tiene sangre azul. Lo que pasa es que para reponerse le dijeron que tenía que tomar vino tinto, pero estaba tan mareado que entendió que debía beber tinta. Así que en lugar de boliche en boliche se lo pasa de librería en librería. El siguiente carácter es el Flemático. Mi amigo Fleming es flemático. Pero no por el apellido, sino porque el pobre vive acatarrado. Para colmo fuma, así que cada vez que tose hay que correrse o abrir un paraguas, porque si no, te rocía de pies a cabeza. Y no precisamente con agua bendita. El penúltimo carácter es el Amorfo. Tengo un amigo amorfo. Amorfo significa “sin forma definida”. Y esto es una contradicción. Porque mi amigo, que morfa más que un tiburón en verano, tiene una forma muy definida: redonda. El gordo tiene una panza que no se puede creer. Todos le decimos que tiene que hacer régimen y él insiste en que lo hace, pero para mantener la panza, no para bajarla. El último carácter es el Apático. Yo soy apático. Y lo soy desde que me afanaron el coche y decidí no comprarme otro. Pero también tengo bastante de amorfo, un poco de flemático, sobre todo en invierno y bastante de pasional. Pero en el fondo, me quiero. Y ustedes, ¿qué carácter tienen? Porque me parece que alguno tiene un carácter de m….. muchas características. ¿No es cierto? Hasta la próxima.

Este relato forma parte de la serie «Relatos en positivo».

Ingratitud

Eran las once de la noche. Salió del comedor comunitario donde ayudaba a los indigentes que se alineaban cada día tras un plato de sopa y una porción de pasta y comenzó a caminar hacia su casa. Su carácter sencillo y humano le había granjeado el afecto de casi todos los comensales cotidianos que apreciaban el trato amable que él les dispensaba. Al doblar la esquina, dos sombras se recortaron de la sombra y lo enfrentaron revólveres en mano. -¡Danos la guita!- le gritaron casi al unísono. Él se quedó inmóvil por un instante y luego, lentamente, metió la mano en el bolsillo y sacó los pocos billetes arrugados que llevaba. Al dárselos con mano temblorosa, uno de ellos lo miró a los ojos y le dijo con voz entrecortada: -Pero, vos sos el que nos atiende en el comedor de la iglesia-. Él asintió con un gesto imperceptible. El ladrón le dijo a su compinche: -No podemos hacer esto. Yo conozco a este hombre y él a mí-. El compañero le devolvió la mirada y le dijo:- Tenés razón-. Y apuntando al centro de la frente, disparó. Ahora ya no podría delatarlos.

Este relato forma parte de la serie “Cuentos incontables”.

“El duro” y “el manso”

“El duro” era el terror del barrio. Se había bien ganado el apodo a fuerza de amedrentar a los vecinos con su violencia y genio incontrolado. Todos evitaban cruzarse con ese carácter irascible que irracionalmente estallaría con consecuencias no deseadas. “El manso” también se merecía el alias que lo mostraba con una condición amable y respetuosa. Ambos convivían en esa vecindad que suponía contenerlos de reojo. Nunca cruzaban sus vidas. Nunca siquiera una palabra. Un día, sin embargo, se encontraron en medio de la calle principal. -¿Y vos qué c….. mirás?- le dijo “el duro” a “el manso” gritándole en la cara. “El manso” lo miró serenamente y no le respondió. Mientras se alejaba silbando, pensaba en la opción que largamente meditara de ponerle un plomo en medio de la frente o volarle un testículo de un tiro. Atrás, un cuerpo inmóvil y dos cartuchos usados adornaban el asfalto.

Este relato forma parte de la serie “Cuentos incontables”.