Drogaccionario

DrogasEl otro día nos fuimos de farra con unas minas que no sé si eran Anfeta o Metanfeta pero que te digo que nos “hicieron la croqueta”. Se llamaban Coca Ina, Mary Huana y Ester Oides. ¡Qué bárbaras! Eran como bolsitas llenas de Pegamento, esas que tienen un olor muy fuerte. ¡No nos las podíamos sacar de encima, de tan cariñosas! Salimos los seis, con el Paco y otro amigo que se llama Lucas Sebastián Daniel, pero le dicen LSD, que es más corto. Tuvimos una noche de Éxtasis. Fuimos a cenar al restaurante La Efedrina. Pedimos Pasta y nos trajeron Lentejas, Hongos con Spice y Ravioles de Hierba aderezados con Butane Honey Oil. Todo regado con un excelente vino Seco Barbital servido en copas de Cristal. ¡Estaban deliciosos, así que repetimos 2CB! Quiero decir, “dos veces”. Una de las chicas comía tanto que le pusimos de sobrenombre La Morfina. Había un número vivo -el payaso Plin Plin, un Opio, a decir verdad, que se pinchó la nariz y tuvo que dejar de cantar-, a pesar de lo cual lo pasamos bien. Yo, como siempre, me manché con salsa. Le pedí Talco al mozo y no sé lo que me trajo, pero la verdad es que no me sirvió. Para colmo, al salir nos quisieron asaltar unos chorros a Caballo que se nos acercaron haciéndose los Burros y nos pidieron que les diéramos todo el Chocolate. Pero una de las chicas los espantó haciéndole Crack con un Porro en la cabeza a uno de ellos. No sé si es una verdadera Heroína o si estaba pasada de Alcohol, pero los ladrones se hicieron humo como Nicotina en cenicero.  Como llovía y caía Nieve Blanca, yo tomé frío y me la pasé haciendo Hachís y “snif, snif”. Estornudando, bah. O Esnifando, que parece que es lo mismo. O parecido. O algo así. Es que me Pinchaba mucho la nariz, como al payaso Plin Plin. Ahora estamos preparando una nueva salida, pero me parece que lo haremos de a uno. Y sin el payaso Plin Plin. Por las dudas de que nos agarre algún control de alcoholemia. O parecido. ¿Se entiende, no? Hasta la próxima.

Este relato forma parte de la serie «Relatos en positivo».

La pasta

-¡Acompáñeme!- le ordenó el policía con voz imperativa, mientras le indicaba con la mano hacia dónde ir. Rafael lo miró asombrado. No entendía el por qué de la orden ni el tono brusco y desagradable con que le hablaba. -¿Qué sucede?- atinó a preguntar. –¡Le dije que me acompañara!- insistió autoritariamente el vigilante. –Sí, pero acabo de preguntarle qué es lo que pasa- volvió a decirle mientras contenía el enojo. –Aquí el que hace las preguntas soy yo -dijo nuevamente el uniformado- y vos tenés que hacer lo que te digo- gritó, volcándose a un tuteo repentino. Rafael decidió no confrontar y fue caminando codo a codo con el irascible representante de la autoridad. Llegaron a la comisaría, entraron, y el policía, con un brusco empellón, lo introdujo en una sala en penumbras. Al instante, otro uniformado cruzó la puerta y entre ambos lo encararon. -¿Qué hacías en el bar esta mañana?- le preguntó el que parecía de mayor rango. –Nada- respondió él. –Tomaba una café. –Pero vos te pensás que somos idiotas- lo increpó el mismo que había hablado antes. –Sí, efectivamente pienso que son idiotas, pero no sé qué tiene que ver eso con lo que yo hacía en el café- respondió. Un fuerte puñetazo cruzó el aire y la pomposa piedra del anillo aterrizó sobre su cara abriéndole un hilo de sangre en la mejilla derecha. -¿Creés que no sabemos que estabas vendiendo pasta?- insistió el policía mientras se fregaba el puño. –El Comisario General Martínez te marcó como traficante y nos ordenó que te chupáramos, así que si no colaborás, te juro que sos boleta. –Mirá- respondió Rafael adhiriéndose al tuteo. –No conozco a ningún comisario Martínez y la única pasta que vendo son los ravioles del domingo. Me parece que se equivocaron de candidato, así que mejor terminemos con esto y cada uno a sus cosas-. Los policías se miraron confundidos. ¿Tendrían mal el dato? –Vos sos Rafael Banderas y vendés droga- insistió el oficial. –Yo soy Rafael Bandera, sin “s”, y lo que vendo son fideos- respondió Rafael. Nuevamente los uniformados intercambiaron una mirada desconcertada. –Está bien, borrate de aquí, pero que no te pesquemos en un renuncio- lo amenazó una vez más el que lo había detenido. Rafael se levantó de la silla y con movimientos calculados salió lentamente de la habitación. Cruzó el patio de la comisaría, saludó al guardia de la puerta y caminó cinco cuadras hasta llegar a su negocio de venta de fideos. Diez minutos más tarde sonó el teléfono. Atendió, para escuchar una voz que le decía: “¿Tenés ya el pedido de coc…, digo de pasta? Habla Martínez”.

Este relato forma parte de la serie “Cuentos incontables”.