El número siete

Número sieteEl siete ha sido siempre un número mágico. Siete son los días de la creación, las maravillas del mundo, las plagas de Egipto, los metales fundamentales, los Sacramentos, los colores del arco iris, los días de la semana, las vocales en el alfabeto griego, la vida de los gatos, las Iglesias, Trompetas y Sellos en el Apocalipsis, los sabios de Grecia, las mujeres bolivarianas, las parejas de animales en el arca de Noé, las ramas del saber de los hindúes, las leguas de la bota del gato, las notas musicales… ¿No creen que es demasiada responsabilidad para un solo número?

Este relato forma parte de la serie «Cuentos de cien palabras»

La nueva creación

Finalmente salió el sol. Después de un largo intervalo plagado de nubes y tormentas, al fin brilló de nuevo. Era un sol anodino, escuálido, apenas adivinable tras la bruma, que justificaba escasamente su presencia con el raído calor que derramaba sobre la tierra ávida de luz. Los gigantes se movían en manadas pisoteando aún más el ya de por sí escarnecido desierto que se extendía en franjas hacia los confines de un planeta maltratado por las inclemencias de la creación en movimiento. Eran los reyes del espacio. De tanto en tanto, violentos altercados entre los machos dominantes conmovían el lento sopor de la mañana. A lo lejos, una crujiente fumarola tosía humo y cenizas sin atreverse a destripar la lava ardiente que aguardaba en su interior. Súbitamente, una masa oscura ocultó el disco luminoso. El formidable meteorito golpeó la Tierra como en un absurdo juego de bolos y el impacto atosigó el valle con esquirlas de rocas salvajes y un exabrupto de polvo que todo lo cubría. Tiempo más tarde, cuando la polvareda se aplacó, era posible ver en la hondonada los esqueletos de los gigantes desparramados en absurdas y agónicas posturas. De un pequeño hoyo casi invisible hundido en el suelo calcinado, una fila de hormigas comenzó su lento merodeo. A escasos metros, la última pareja de cucarachas con vida iniciaba indiferente su frenesí sexual.

Este relato forma parte de la serie “Relatos extravagantes (algunos incluso raros)”.

Re-creación

Ya nada era igual. La ciencia ficción copaba los videojuegos y los Animée japoneses se instalaban en el living de las casas desplazando los libros y revistas infantiles. El verde del césped era reemplazado por aspérrimas plazas de cemento restregado donde las rodillas de los niños encontraban su más temido némesis. Las charlas cara a cara entre amigos habían dejado su lugar a ocasionales encuentros a través de los muros de las redes sociales. Suspiró. Tomó la notebook y comenzó a deslizar los dedos por el teclado. Al cabo de una hora se detuvo y leyó: “Eran las seis de la mañana. El silencio planeaba sobre las aguas y la oscuridad se enseñoreaba de la Tierra. Como venida de algún lugar remoto, una luz azulina comenzó a reptar por el suelo rocoso del pequeño asteroide…”. En ese instante, del costado de un hombre dormido, nacía una mujer.

Este relato forma parte de la serie “Relatos extravagantes (algunos incluso raros)”.

El artista

Hundió el pincel en el óleo con la suavidad de un pensamiento esbozado apenas. No imaginaba el trazo que habría de desprenderse de la cerda para abrazarse a la tela que lo esperaba ansiosa, tensa sobre el atril que ocupaba la esquina más sombría del sombrío atelier. Mecánicamente, sin pensar en la dirección del movimiento, abanicó la muñeca acariciando el lienzo virgen con el carmesí pastoso que desganadamente se desprendía de su cuna de hebras. Lentamente comenzaron a aparecer unas líneas irreconocibles, unos manchones sin significado, unas espirales contritas que se desdibujaban hacia puntos mínimos. Tomó distancia del cuadro para apreciar su creación, y a pesar de lo irreconocible de las figuras, se sintió satisfecho. Ese fue el final del sexto día.

Este relato forma parte de la serie “Ciento un relatos que siento uno”.