Veinte mil palabras (doscientos cuentos de cien palabras)

Sueños y pesadillas

Hay una línea sutil entre sueños y pesadillas. Dormido, uno puede sufrir más que estando despierto, y al abrir los ojos se puede sentir una fuerte angustia o un enorme alivio por dejar atrás el sueño. Una noche Rodolfo escuchó fuertes ruidos en la pieza de los padres. Parecían golpes. Se asomó alarmado y vio que su padre, acostado en la cama y con los ojos cerrados, le pegaba a la esposa. No eran golpes muy fuertes, pero parecían doler. Lo despertó de un grito. Nunca pudo discernir en la mirada pícara del padre si realmente había sido una pesadilla…

Estos relatos forman parte de la serie “Cuentos de cien palabras”.

Veinte mil palabras (doscientos cuentos de cien palabras)

85. La historia de las pirámides

¿Cuál es la verdadera historia de las pirámides? A pesar de las múltiples versiones que mencionan a seres extraterrestres y civilizaciones superiores que habrían puesto los conocimientos para la construcción, estudios recientes han demostrado que la génesis de las mismas es completamente otra y muy terrestre. El rey Akenatón le encargó a un arquitecto egipcio llamado Calculomalis que construyera un enorme cubo de piedra para poner su tumba. Pero conforme avanzó la construcción, el presupuesto real comenzó a flaquear y fue necesario hacer ahorros. Entonces las piedras se fueron apilando hacia el centro y el cubo se transformó en pirámide.

86. Alexander Graham Bell (1847 – 1922)

Fue un verdadero innovador. Conocido por la invención del teléfono, desarrolló otras ideas tales como el alerón que aún hoy se usa en los aviones. A pesar de no ser sordo, creó un método para mejorar la expresión de los hipoacústicos de nacimiento. Carecía de formación en las cuestiones relativas a la electricidad pero se las arregló para aprender lo necesario para sus investigaciones. Luego, basándose en las experiencias de Morse, inventó el teléfono cuando apenas tenía veintiocho años de edad. Pero éste es el problema de todo pionero. Cuando terminó de desarrollar su invención… ¡no tenía con quién hablar!

87. La mano en la trampa

Noche fría y lluviosa. Mi padre había salido, mientras mi madre y mis hermanas miraban «Cumbres borrascosas» por televisión. Posesionadas por el argumento, las tres mujeres se apretujaban en un sillón para darse ánimo y calor. En la escena culminante, la heroína entra a una habitación y una mano sale de la oscuridad para atraparla. Nerviosa, mi madre va hacia la cocina. Cuando sale al patio, ve la puerta medio abierta y una mano que se asomaba… Cuando salió del desmayo le explicamos que papá, para no mojarse, estaba tratando de desenganchar la cadena de seguridad, pero no quería creernos…

Estos relatos forman parte de la serie “Cuentos de cien palabras”.

Veinte mil palabras (doscientos cuentos de cien palabras)

82. Apellidos ilustres (¿o lustrados?)

Era la época en la que todos los quinceañeros queríamos tener lindos nombres. Si te llamabas Isolina Berta, por ejemplo, te hacías llamar María Marta. Con los apellidos pasaba lo mismo: si no pertenecías a la «nobleza», te lo cambiabas cuando conocías una chica nueva y debías darte a conocer. Así, en lugar de Pérez o García, terminabas siendo Saavedra Lavalle, y en vez de Rodríguez o Fernández, Sarmiento Irigoyen. Había excepciones, claro está. Como era el caso de Ezequiel Máximo Paz, que cuando le preguntaban cómo se llamaba, decía simplemente «Paz». Pocos sabían que su apellido materno era Appichiafuocco.

83. Moby Dick

¡Cuánto odio sentía el Capitán Ahab! Odio y admiración por la imponente ballena blanca llamada Moby Dick.  Ella ya le había destrozado las piernas en un encuentro previo y en él sólo anidaba la sed de venganza. La persiguió por los siete mares durante meses y meses, pero el escurridizo escualo siempre se le escapaba. Un día, sin embargo, se escuchó a unos marineros gritar: «¡Ahí sopla! ¡Un lomo como una montaña de nieve! ¡Es Moby Dick!». El capitán se aprestó a consumar la venganza. Apuntó el arpón y disparó… El pobre esquimal miró consternado cómo le agujereaban la canoa…

84. Cleopatra y el áspid

Dicen los historiadores que si Cleopatra hubiera tenido su nariz unos centímetros más corta, la historia del mundo habría sido totalmente distinta. Julio César se enamoró perdidamente de ella y tras nueve meses de intenso romance nació el hijo de ambos, Cesarión. Luego fue Antonio quien sucumbió a sus encantos. Cleopatra no pudo hacer lo mismo con Octavio y decidió suicidarse. Para ello, se hizo morder en el pecho por un aspid, que acabó con la vida de la reina, vida llena de intrigas y maledicencias… ¿Y el áspid? La historia no lo aclara, pero parece que también murió envenenado.

Estos relatos forman parte de la serie “Cuentos de cien palabras”.

Veinte mil palabras (doscientos cuentos de cien palabras)

79. Colectivero iracundo

Al subir al micro noté que el chofer no estaba bien. Frenadas bruscas, arranques imprevistos, maltrato a los pasajeros… Encerró a un automóvil que frenó de golpe para evitar la colisión. Se bajó un joven karateca que le dijo: «A vos no te pego, pero mirá lo que le hago al colectivo». Y de tres golpes le abolló el guardabarros. El colectivero continuó iracundo. Una anciana quiso bajar, pero él siguió. La anciana, pacientemente, le dijo: «Joven, si se enfada se quedará soltero, como su mamá». Dicho lo cual, bajó. Sólo después de un rato, el chofer notó la ironía.

80. Des – pareja

Federico mide dos metros: ni un centímetro menos; Alicia, un metro cincuenta: ni un centímetro más. Son una auténtica «despareja». Cuando caminan por la calle, ella «flamea» colgada del brazo. Pero cuando paran a conversar, ambos quedan con dolor de cuello por el esfuerzo que hacen para mirarse a los ojos. Por más altos que sean los tacos que use Alicia, nunca alcanza una medida razonable para estar junto a Federico. Un día cortaron y cada uno se puso de novio por su cuenta. Ella, con alguien que medía dos metros, y él, con una chica de un metro cincuenta.

81. Apellidos

Los chicos pueden ser muy crueles cuando se lo proponen, sobre todo burlándose de los apellidos de sus compañeros. Pero los padres son los verdaderos culpables de los infortunios que deben vivir sus hijos por los nombres que les ponen. ¿A quién se le ocurre bautizar Susana a alguien cuyo apellido es Torio o Goria? ¿O Armando, si su apellido es Lío? Pero peor aún son las combinaciones formadas con los apellidos de casado. Como fue el caso de una amiga mía llamada Dolores, cuyo apellido era Fuertes, y su esposo se apellidaba Barriga. ¿Se lo imaginan? Terminaron llamándola Dolly.

Estos relatos forman parte de la serie “Cuentos de cien palabras”.

Veinte mil palabras (doscientos cuentos de cien palabras)

76. La pasta dental

¡Odiaba que le pasara eso! Cada vez que estaba apurado, algo fallaba. Ahora se había quedado sin dentífrico. ¡Menos mal que la hermana vivía en el departamento contiguo! Portando el cepillo, tocó el timbre. Lo atendió su cuñado Eduardo, a quien le pidió que le diera una pizca de pasta. Eduardo le dijo: «Tomá este envase de nuestro pequeño Billy». Le agradeció y volvió a su casa. Volcó crema en el cepillo y comenzó a lavarse. Una sensación de asco lo invadió. Miró el envase. Decía: «Crema para paspaduras, hecha a base de testículos de toro». Nunca lo perdonó totalmente…

77. Les habla el comandante

Era su primer viaje en avión. Los nervios lo inmovilizaron. Pensaba que si se movía desestabilizaría la nave. El decolaje fue excelente. Sin dudas el piloto era experimentado. El vuelo fue tranquilo y pronto comenzaron a descender. Se escuchó una voz que decía: «Les habla el comandante. En pocos minutos aterrizaremos». La pesada máquina bajaba rápidamente. El vértigo lo invadió. Miró por la ventanilla y vio la pista acercándose. El avión tocó tierra, rebotó fuertemente, elevándose unos metros y volvió a aterrizar. Otra vez se oyó la voz que decía: «Les habla el comandante. El que aterrizó fue el copiloto…».

78. Cine de barrio

El cine de barrio era nuestro refugio de los domingos. Pagando diez centavos pasábamos toda la tarde mirando tres películas, ¡y hasta un número vivo! El cine tenía un escenario de madera que cuando el artista zapateaba levantaba una polvareda que no se veía lo que estaba haciendo. Un veinticinco de mayo el abuelo nos llevó. Mientras todos cantábamos de pie el Himno Nacional, él hacía su siesta sin que lográramos despertarlo. Comenzó el número vivo, la música y la polvareda. De pronto, la música cesó: la pianista se había caído de su asiento y nos saludaba desde el piso.

Estos relatos forman parte de la serie “Cuentos de cien palabras”.

Veinte mil palabras (doscientos cuentos de cien palabras)

73. La inventa – recuerdos

Soledad es una joven muy particular. Las amigas la llaman «la inventa recuerdos». Siempre tiene presente situaciones que los demás olvidaron… o que nunca ocurrieron. «¿Te acordás que iba a invitar a Marcelo…?», dice con desparpajo mientras entra a la fiesta con su inesperada pareja. Y a sus amigas no les queda más remedio que sonreír o enojarse. «Esa película la vimos juntas», insiste, aunque nadie sepa de qué trata el argumento. Un día, las amigas se pusieron de acuerdo para inventar un recuerdo conjunto que Soledad obviamente no podría recordar. Pero fue en vano. Ella les contó el final…

74. Momentos

(Relato realizado utilizando la consonante «M» como letra inicial de todas las palabras.)

Mil mujeres me miraban morbosamente mientras murmuraban: «Muchacho, ¿me mimas?». Me mentalicé. Mastiqué mis miserias. Muchas mañanas merecía morir, mas, milagrosamente, me movilizaba magnificando mis méritos. Mi mitad material moría mientras mi morbo mostraba múltiples momentos mágicos: música, manjares, mujeres… Merendé morosamente mientras mi madre medía mis momentáneos movimientos. «Marcelo, ¿me mientes?», me marcó. Manteniendo mi moral, mascullé: «Madre, mírame. ¿Mis miedos me marchitan?». Mi mirada marmórea molestaba. Me marché majestuosamente mientras meditaba. Mustias mariposas merodeaban mis móviles. Muchedumbres migraban multiplicando mis mensajes. Musité: «Magno mar, ¡muéstrame mis miserias!». Mi mandato me movilizó. Me metí mientras meneaba mis manos moribundas…

75. Frío

El invierno en Nueva York es extremadamente frío. Puede hacer veinte grados centígrados bajo cero, lo que resulta bastante difícil de soportar. Si bien las casas y negocios están calefaccionados, caminar por la Quinta Avenida termina siendo una tortura. Peter y Mary estaban haciendo las compras navideñas llevando en el cochecito a su pequeño Michael. Cada vez que entraban en un negocio, recibían el siguiente comentario: «¡Qué simpático es este niño!». Al principio no le dieron importancia, pero a la tercera vez que sucedió, lo miraron intrigados. Recién entonces se percataron de que el frío le había helado la sonrisa…

Estos relatos forman parte de la serie “Cuentos de cien palabras”.

Veinte mil palabras (doscientos cuentos de cien palabras)

70. ¿Y a mí por qué me miran?

Llovía. Gerardo debía realizar un importante trámite que lo tenía preocupado. Abrió su paraguas y salió a la calle. ¿Cuál sería la mejor manera de viajar? Descartó tomar un taxi: los días de lluvia es imposible. El colectivo tampoco era una buena opción. Decidió viajar en subterráneo. Entró a la estación, sacó el ticket, pasó el molinete y bajó al andén. Una hermosa joven lo miraba sonriendo. «Qué arrastre tengo este año», pensó. Se disponía a iniciar una conquista, cuando se dio cuenta de que el motivo de la sonrisa de la joven era su paraguas aún abierto bajo techo.

71. Extraños choques

Noticias de choques extraños siempre han habido y siempre habrán. ¿Quién no ha escuchado a alguien decir que chocó con un cerdo o un caballo en la ruta? Un taxista amigo resbaló en el pavimento mojado de la dársena y fue a dar contra un barco amarrado en el muelle. En Caballito, el subterráneo sale a la calle, así que no es difícil chocar contra un tren. Pero que una mujer venga directamente hacia vos mientras estás parado junto al obelisco, te choque de costado, te insulte, ponga marcha atrás y se vaya velozmente, sólo le pasó a mi jefe…

72. El Gancia en la heladera

Todos sabemos que la marca Gancia representa varios tipos de bebida: el aperitivo, el vermouth y también el vino apto para brindar. Al cumplir sesenta años de casados mis padres decidieron hacer una fiesta. Previsora, mi madre le dijo a mi padre: «Viejo, poné una botella de Gancia en la heladera». Ella ya se imaginaba el brindis final con las copas rebosantes de un buen espumante. Mi padre, obediente, puso la botella. A la hora del brindis, mi madre le pidió a papá que trajera el esperado Gancia. Allá fue él, y volvió orgulloso portando una botella de helado vermouth…

Estos relatos forman parte de la serie “Cuentos de cien palabras”.

Veinte mil palabras (doscientos cuentos de cien palabras)

67. Intención paradójica

La intención paradójica se produce cuando alguien provoca que pase lo que quiere evitar. Un tal Ingeniero Soratti debía dar una importante conferencia ante un grupo de profesionales. El locutor, nervioso por el apellido del orador, se propuso firmemente no equivocarse. Tomó el micrófono y anunció la conferencia, terminando con las palabras: «Con ustedes, el Ingeniero Pedotti». Se hizo un silencio de muerte. El Ingeniero, muy profesional, tomó a su vez el micrófono y dijo: «Antes de comenzar debo aclarar que yo antes era Pedotti, pero ahora soy Soratti». La carcajada estalló en la sala… La conferencia fue un éxito.

68. «Despacio» no es «lentamente»

Matías es el hijo único de un matrimonio amigo. Inquieto, la gente dice de él que es una tromba. Además de estar en permanente movimiento, no sabe regular la potencia de la voz. Todo lo pide gritando a voz en cuello. Una noche, mientras cenábamos con otros matrimonios, los chicos jugaban a nuestro alrededor. De entre ellos sobresalía nítidamente la voz de Matías, que gritaba: «Mamá, dame algo de comer». El padre, enojado, lo retó diciendo: «Matías, hablá más despacio». Matías quedó en silencio por unos instantes, y luego, nuevamente gritó con todas sus fuerzas: «Ma…má, da…me… al…go de co…mer».

69. Subterráneo místico

Susana siempre ha sido una persona muy religiosa, rayana en lo místico. La Biblia es su permanente compañía de cada día. Allí donde va, la lleva y la lee de continuo. Conoce los salmos de memoria y recuerda cada detalle de los Evangelios. ¡Realmente se está ganando el cielo! El problema es que su misticismo a veces le hace perder contacto con la realidad. Un día bajaba las escaleras del subterráneo leyendo el Nuevo Testamento. Iba tan abstraída que llegó al andén, siguió caminando… ¡y se cayó a las vías! Menos mal que no pasaba el tren en ese instante…

Estos relatos forman parte de la serie “Cuentos de cien palabras”.

Veinte mil palabras (doscientos cuentos de cien palabras)

64. ¡Me pateó un elefante!

(Esta historia es real, aunque usted no lo crea.)

La familia visitó el zoológico paseando con el coche en medio de los animales mientras los niños les daban galletas. Un elefante metió la trompa para retirar el alimento y la esposa, asustada, cerró la ventanilla aprisionándosela. El dolorido animal abolló el coche a las patadas. Enojados, volvieron a casa. En la ruta los detuvo la policía acusándolos de haber escapado de un accidente. El hombre respondió que la causa del deterioro del coche era que lo había pateado un elefante. Inmediatamente fue detenido por burlarse de la autoridad. Recién cuatro horas más tarde pudo convencerlos y reanudar el viaje.

65. ¡Salió arando!

(Otra historia real, aunque siga sin creerlo.)

Venían a toda velocidad corriendo una picada. El semáforo cambió al rojo. El Torino paró antes de la senda peatonal; el Peugeot se pasó unos metros. El conductor puso marcha atrás, se colocó a la par del contendiente e hizo «roncar» el motor. El otro lo miró con displicencia y colocó la primera marcha. En esos segundos, algunos coches pararon detrás de los rivales. El semáforo cambió al verde. El Torino salió disparado hacia adelante. El Peugeot también… ¡pero hacia atrás! ¡Había olvidado cambiar la marcha! Tuvieron que esconderlo para que el conductor del auto que chocó no lo asesinara.

66. Empujame el 3CV

(Último aviso de historias reales)

El Citroën 3CV era un coche muy práctico. Se desarmaba completamente y era fácil de mantener. Tenía un solo defecto: si se detenía el motor, para arrancarlo nuevamente había que empujarlo a cierta velocidad, dadas las revoluciones del motor. Una noche el coche se detuvo en la ruta. Paré una camioneta, le pedí que me empujara, explicándole el tema de la velocidad. La conductora me miró, asintió y se fue. Quedé perplejo. Me disponía a parar a otro coche, cuando la vi venir a toda marcha. No hubo forma de detenerla. ¡Me había malinterpretado! Tuve que comprar un coche nuevo.

Estos relatos forman parte de la serie “Cuentos de cien palabras”.

Veinte mil palabras (doscientos cuentos de cien palabras)

61. Levedad

(Relato realizado sin utilizar ni una sola vez la vocal «I»)

En el pasar de las horas se expresa la brevedad de nuestro andar por este mundo, la levedad del ser. El pasado ya no está, ya fue. El futuro aún no llegó. Sólo el presente nos acompaña en forma permanente por lo que dura. Luego, aun él se va. De esta suerte, cada uno de los segundos es real, cada acto, más allá de presentarse como bueno o malo, afecta el momento, pero no debe permanecer más que en nuestro cerebro, para que al recordarlo podamos sacar de él la enseñanza que nos dé el poder para enfrentar nuevos sucesos.

62. Quintín Rinaldi y la bomba

(Relato realizado sin utilizar ni una sola vez la vocal «E»)

Por la mañana la bomba aún no había sido hallada. La paranoia popular todavía continuaba activa. Para lograr la calma, la máxima autoridad nominó al más afamado oficial activo: Quintín Rinaldi. Alto, fornido, con una mirada profunda y tranquila, irradiaba una calma y una paz poco común. Como un bulldog atrapando la caza, nada huía a su análisis ni fugaba a su imaginación. Más aún, cada tanto hallaba formas innovadoras para actuar con capacidad, prontitud y vigor. Quintín Rinaldi imprimió dinamismo a la indagación, halló la bomba todavía sin activar y logró calmar los ánimos alborotados. Al final, había triunfado.

63. Un hecho increíble

(Relato realizado sin utilizar ni una sola vez la vocal «A»)

En un fresco crepúsculo de noviembre, en un estrecho corredor del desierto del Negev, de repente se presentó un hecho inverosímil, muy poco visto en otros tiempos o en otros sitios y muy poco creíble si no hubiésemos sido testigos excluyentes del evento. En el momento en que el sol se elevó en el cielo, cientos de meros se hicieron presentes en el curso del siempre semiseco río. ¿Qué motivó el éxodo de esos peces perciformes desde el oriente y su ingreso en el occidente? Es difícil decirlo. ¡Misterios que esconden en sí mismos el oscuro color de sus secretos!

Estos relatos forman parte de la serie “Cuentos de cien palabras”.

Veinte mil palabras (doscientos cuentos de cien palabras)

51. Historia con paraguas

Gerardo era jovial, alegre, desaprensivo y muy molesto. Hacía bromas pesadas a cualquiera sin ninguna contemplación. Había preparado un viejo paraguas para lanzar chorros de agua en la cara de la gente que pasara frente a él. Una noche de intensa lluvia, resguardado bajo un toldo iluminado con una guirnalda de luces encendidas, esperó para probar su nuevo chasco. De pronto vio llegar la oportunidad. Sonriendo maliciosamente, levantó el adminículo… y ya no supo nada más… La gente lamentó la mala suerte del joven que justamente había embocado la punta metálica del paraguas en el único portalámparas sin bombilla eléctrica…

54. Concatenados

(Relato en el que la última letra de cada palabra es la primera de la palabra siguiente)

Quien no origina alrededor relaciones sinceras se exime en no ocasionales situaciones -si incorpora activa amistad- de explicitar razones siempre embarazosas. Sólo oportunidades superiores soportan nuestra actitud de entusiasmo ocasional levemente envanecido, originado obviamente en nuestra aparente estructura animada. Así, interpretamos sucintamente esos significantes -¿significados?- sobre el legítimo orden natural. Los sucesos siguientes se encadenan normalmente en numerosas sucesivas simplicidades sociales. Si integramos sabiamente el lugar real, lograremos ser reconocidos; si interpretamos solamente el lúdico ocaso, obtendremos singulares satisfacciones sin necesidad de exponer rasgos sociales sin sentido. Se suele enorgullecer retrospectivamente el lenguaje elogiando ostensiblemente el lazo original –literalmente- elegido.

55. La Mona Lisa y el ladrón

¡Cuánto pugnó por conseguirla! Desde que la vio por primera vez, la buscó por todas partes sin descanso, sin perder nunca la esperanza de conquistarla. Por ella se convirtió en ladrón. Estaba profundamente enamorado de ese rostro, de esa figura misteriosa. La deseaba. Nunca una pintura había despertado una pasión tan intensa como la que motivaba en Eduardo la famosa Mona Lisa. Y ahora la tenía sólo para sí, podía disfrutarla en su oscura soledad. Ella, mientras tanto, continuaba mostrando la sonrisa enigmática desde la tapa de la lata de dulce de batata marca «La Gioconda» que él había robado.

Estos relatos forman parte de la serie “Cuentos de cien palabras”.

Veinte mil palabras (doscientos cuentos de cien palabras)

38. La sombra

(Homenaje a Don Atahualpa Yupanqui)

Algunas veces se anticipaba a la sombra y otras veces la perseguía. La imagen reflejada en el suelo se abreviaba o ampliaba conforme el sol pegara en su figura. Los contornos, por momentos precisos, unos instantes después se desdibujaban como desflecándose en hilachas. Le gustaba jugar a las carreras con la figura proyectada en las paredes. ¡Y siempre le ganaba! Pero le sucedió lo mismo que a Peter Pan: al cerrar una puerta presurosamente, atrapó la sombra y la cortó despegándola de su cuerpo. De ese modo la perdió. Desde entonces camina solitario, sin proyectar perfil alguno en la vereda.

39. ¡Maldita suerte!

Ni bien salió de la casa vio pasar el primer autobús a medio llenar. Llegando a la parada observó cómo se alejaba un segundo micro. Maldijo la suerte. ¡Otra vez llegaría fuera de horario al trabajo! Esperó con resignación. Diez minutos más tarde pudo subir a un colectivo colmado de gente. Volvió a maldecir. Nuevamente viajaría transpirado, apretujado, pisoteado. La marcha se hizo lenta. El tránsito estaba congestionado. Policías, ambulancias, bomberos… De pronto vio que a un costado de la calle, dos micros de la línea que él tomaba habían volcado diez minutos antes. Todos los pasajeros estaban irremediablemente muertos…

40. El amante de los relojes

Amaba los relojes. Los tenía de todo tipo: de pulsera, de bolsillo, de pared, en anillos, en collares y hasta en aros. Su casa era un warehouse de manecillas, coronas, agujas y esferas relucientes. Le encantaba desarmarlos, limpiarlos, lubricarlos, montarlos nuevamente, ponerlos en hora y echarlos a andar. Tenía la manía de la precisión: todas las máquinas señalaban el mismo horario con exactitud. Un día se enfermó y ya no pudo seguir atendiendo sus preciados aparatos. Algunos se atrasaron; otros directamente dejaron de funcionar. Tras seis meses de agonía, falleció. Ese día, todos los relojes marcaban exactamente la misma hora…

Estos relatos forman parte de la serie “Cuentos de cien palabras”.

Veinte mil palabras (doscientos cuentos de cien palabras)

11. Partido desparejo

Era un match desigual. Por un lado, el equipo de los jóvenes de  entre veinte a treinta años. Por el otro, los ancianos, con sus más de setenta. Comenzó el partido y rápidamente la juventud se impuso: uno, dos, cuatro, siete a cero. Parecía que la cuenta no tendría fin. Repentinamente, un anciano cayó al piso completamente exhausto. En tanto lo atendían, un octogenario delantero tomó el balón y corrió hacia el arco vacío. Con el resto de sus fuerzas pateó y convirtió el tanto. ¡Victoria! Habían apostado que si hacían un gol, un solo gol, ellos ganaban el partido.

17. El viaje

«Señores pasajeros, bienvenidos a bordo del vuelo AZ403 con destino a Marte…» La voz del comandante sonaba metálica, precisa. El pasajero se acomodó en el asiento, ajustó su cinturón, suspiró. ¿Cuántas veces había imaginado este viaje? Tres largos años de preparación le había demandado alistarse para la aventura. Lejos quedaban los sacrificios realizados para ser elegido. Y ahora estaba allí, pronto a zarpar, en la que era su última oportunidad. La voz habló de nuevo, ahora con un tono ligeramente culpable: «Señores pasajeros, lamentamos informarles que por insalvables inconvenientes técnicos hemos debido suspender el viaje. Los esperamos el año entrante…».

22. Cerrazón

La noche cayó sobre nosotros sin aviso previo. El cielo se cerró completamente y la oscuridad impuso su dramática presencia. No se atisbaba el rastro de una sombra a más de un metro. Decidimos detener la cuatro por cuatro y esperar. De pronto, algo así como un chasquido seco precedió a un breve grito contenido. Nos quedamos estáticos adivinando nuestro mutuo miedo. ¿Qué habría sucedido? Encendimos los focos delanteros del vehículo justo para ver cómo un musculoso puma arrastraba al venado que acababa de cazar. Lo miramos azorados; nos miró desafiante. Luego, lentamente, continuó con su tarea, sin darnos importancia.

Estos relatos forman parte de la serie «Cuentos de cien palabras».