Relato de un ser desconocido que está mirando el mundo
¿Cómo puede la diestra ser siniestra? ¿Cómo pueden los gestos mutar la realidad? El hombre, esa especie creada en el vacío, forjada en una fragua helada, pintada con un pincel sin cerdas, arma sus días desde un comienzo no previsto hacia un final impredecible. Y así deambula feliz, sonriendo con risas sin sabor, amagando abrazos imposibles, discurriendo como si fuera viable un colofón. Ah… si conocieran cómo son las cosas por aquí, en este lado del espejo…
Nosotros visitamos otro mundo desconocido
Y cuando finalmente aterricé, recién entonces comprendí dónde había llegado. Todo era extraño para mí. Los habitantes del lugar no tenían piernas, brazos ni cabezas. Rodaban por senderos circulares que terminaban en el mismo lugar en que habían comenzado, en un sinfín inacabable, de prisa, como si de ello dependiera su existencia. Los claroscuros de los cuerpos esféricos eran las huellas de su frenético deambular por los caminos empolvados. Recordé el refrán que dice “adonde fueras, haz lo que vieras” y decidí imitarlos. Me replegué sobre mí, como me enseñara mi antiguo maestro de yoga, hice un ovillo de mi cuerpo y oculté los brazos sobre el pecho y las piernas sobre mis propias piernas. Pero fue en vano. Nunca pude recuperarme de esa incómoda postura. Hoy soy el centro de atracción en la plaza que construyeron alrededor de mí…
Estos relatos forman parte de la serie “Relatos extravagantes (algunos incluso raros)”.