Cuento de cien palabras – El elefante encadenado

Hola a todos. Hoy vuelvo a publicar un cuento de cien palabras. Cien palabras exactas, ni una más ni una menos (excluyendo el título, por supuesto). Y para ello me basé en un cuento popular que recibí alguna vez vía internet. Más que un cuento, en realidad es una metáfora. Espero que les guste.

El elefante encadenado

De chico me atraían los elefantes del circo. La enorme bestia, con su fuerza descomunal, después de la función quedaba sujeta por una cadena amarrada a una pequeña estaca apenas enterrada en el suelo. ¿Por qué no la arrancaba y huía? – Porque está amaestrado» -, me dijeron. Yo insistí: – Entonces, ¿por qué lo encadenan? No tuve respuesta. Luego descubrí la razón: no escapa porque desde pequeño estuvo atado a una tranca parecida. Me lo imagino sujeto a la estaca, tratando vanamente de soltarse. Hasta que un día se resignó a su destino. Y nunca más volvió a probar…

De la serie «Cuentos de cien palabras»

Por una letra

LetrasTuve un amigo elefante…  Quise decir elegante, pero me equivoqué por una letra. ¡Qué cosa equivocarse por una letra! Puede traer muchos problemas. Como le pasó a mi amigo, que casi terminó en la cárcel. Era gasista y un día le pidieron que hiciera una estufa, pero él se equivocó e hizo una estafa. Al final tuvo suerte, porque lo mandaron a prisión, pero el que tenía que cumplir la orden entendió mal y sólo le tomó la presión y lo devolvió a la casa. Todavía lo están buscando. A mi amigo. Y al otro también. Es fácil confundir las palabras. Por ejemplo, la esposa de mi amigo es docente pero nadie –excepto él- cree que es decente. Y cómo van a creerlo, si es la amante de “la doce”, la barra brava de Boca Juniors. De allí lo de “docente”. Mi amigo se llama Elvio de nombre y Ledo de apellido, pero con esto de las confusiones, desde el colegio primario que es conocido como Elvio Lado, lo que le ha traído más de un problema. De hecho, cuando lo ven pasar, lo miran con curiosidad, como queriendo descubrir quién sabe qué. Un día a la esposa le preguntaron por el plomero, pero ella entendió plumero y respondió: “Está colgado en el cuarto de las escobas”. ¡Se armó un lío! Hasta la SIDE intervino. La esposa no podía hacerles entender que todo había sido una confusión. Claro, ella decía confusión y todos entendían confesión y la seguían interrogando. Menos mal que el plomero se levantó de la siesta y apareció en el patio, que si no… A Elvio le gustaban los trebejos pero le tenía alergia al trabajo. Pasaba el día dando y tomando mate. La madre de Elvio era una viejita muy simpática, pero algo sorda la pobre. Un día iba por la calle y vio un tumulto. Preguntó qué pasaba y le respondieron que había una riña. Ella entendió mal e insistió: -“¿Qué pasa con la niña?”. -“No, señora, es que hubo una disputa”, le dijeron. A lo que ella acotó: -“Entonces no era tan niña”-. ¿Cómo que es un chiste viejo? ¡Si yo no lo conocía! Es más, lo acabo de plag… de inventar. Siguiendo la tradición familiar, la hermana de Elvio se llama Elvira, pero es tan fea que le dicen “El virus”. No en latín. En castellano. Para hacerle una broma le dijeron que debería entrar en Internet. La cuestión es que hubo un malentendido y la internet-earon en un geriátrico. Ahora no saben cómo sacarla. Están pensando en recurrir a Bill Gates. El padre de Elvira tiene un ojo desviado. Se llama Ramón –él, no el ojo- pero le dicen “Elviro sexta nota musical”. Es decir, “Elviro-la”. Todo es así en esa familia. Todo muy choto… quiero decir cheto… digo chato. ¡Otra vez me equivoqué por una letra!

Este relato forma parte de la serie «Relatos en positivo».

Desencuentros amorosos

Supe de un elefante que conoció a una hormiga. Fue verla y enamorarse perdidamente de ella. Comenzó a cortejarla con obstinación, pero ella rechazaba sus intentos. Ante el progresivo acoso, un día la hormiga le pidió: “No me presiones más. Lo nuestro es imposible”. “¿Por qué?”, preguntó él, decepcionado. Ella bajó los ojos, y en un murmullo pudoroso, le respondió: “Porque el rinoceronte conquistó mi corazón”. El elefante quedó unos segundos en silencio. Luego, alicaído, insistió: “Pero si el rino flirtea con la abeja. Yo los he visto pasar volando tomados de la mano”. La hormiga lanzó un profundo suspiro y respondió: “Lo sé, pero nada puedo hacer. No dejo de pensar en él, en sus patas robustas, en su fuerte cuerno, en sus hermosos ojos…”. El elefante, resignado, bajó la trompa, y arrastrando las patas se fue a matar las penas a lo de la luciérnaga, quien le profesaba un amor incondicional.

Este relato forma parte de la serie “Relatos re latos”.

Veinte mil palabras (doscientos cuentos de cien palabras)

64. ¡Me pateó un elefante!

(Esta historia es real, aunque usted no lo crea.)

La familia visitó el zoológico paseando con el coche en medio de los animales mientras los niños les daban galletas. Un elefante metió la trompa para retirar el alimento y la esposa, asustada, cerró la ventanilla aprisionándosela. El dolorido animal abolló el coche a las patadas. Enojados, volvieron a casa. En la ruta los detuvo la policía acusándolos de haber escapado de un accidente. El hombre respondió que la causa del deterioro del coche era que lo había pateado un elefante. Inmediatamente fue detenido por burlarse de la autoridad. Recién cuatro horas más tarde pudo convencerlos y reanudar el viaje.

65. ¡Salió arando!

(Otra historia real, aunque siga sin creerlo.)

Venían a toda velocidad corriendo una picada. El semáforo cambió al rojo. El Torino paró antes de la senda peatonal; el Peugeot se pasó unos metros. El conductor puso marcha atrás, se colocó a la par del contendiente e hizo «roncar» el motor. El otro lo miró con displicencia y colocó la primera marcha. En esos segundos, algunos coches pararon detrás de los rivales. El semáforo cambió al verde. El Torino salió disparado hacia adelante. El Peugeot también… ¡pero hacia atrás! ¡Había olvidado cambiar la marcha! Tuvieron que esconderlo para que el conductor del auto que chocó no lo asesinara.

66. Empujame el 3CV

(Último aviso de historias reales)

El Citroën 3CV era un coche muy práctico. Se desarmaba completamente y era fácil de mantener. Tenía un solo defecto: si se detenía el motor, para arrancarlo nuevamente había que empujarlo a cierta velocidad, dadas las revoluciones del motor. Una noche el coche se detuvo en la ruta. Paré una camioneta, le pedí que me empujara, explicándole el tema de la velocidad. La conductora me miró, asintió y se fue. Quedé perplejo. Me disponía a parar a otro coche, cuando la vi venir a toda marcha. No hubo forma de detenerla. ¡Me había malinterpretado! Tuve que comprar un coche nuevo.

Estos relatos forman parte de la serie “Cuentos de cien palabras”.

25. El elefante

El elefante sí que es un bicho raro. Bien mirado, es un animal totalmente desproporcionado. Y mal mirado también. Porque la desproporción no tiene nada que ver con la mirada. El burro también es un animal desproporcionado. Tiene muy largas algunas partes del cuerpo: la oreja derecha, la oreja izquierda, la… pucha, ¡qué desproporcionado! El elefante tiene cuatro patas que le llegan al piso. Lo mismo que el burro. No podría ser de otro modo. Si no, ¿cómo se sostendría? También tiene una trompa que le llega al piso. Lo mismo que el burro. Aunque bien mirado, la del burro no es una trompa. También tiene dos orejas como pantallas de radar y un par de colmillos que no le entran en la boca. El elefante, no el burro. A veces me pregunto: ¿cómo hará el elefante para cepillarse tamaños dientes? Con él, no hay pasta dentífrica que aguante. Y si no se los cepilla, debe tener un aliento insoportable. Claro que si le sale por la trompa, llega al exterior filtrado. La cola del elefante es corta y finita y sirve para que cuando varios elefantes caminan en fila india se agarren para no perderse. La trompa de un elefante y la cola de otro, digo. Porque si cada uno se agarrara de su propia cola se haría un nudo que ni te cuento. Entre paréntesis, ¿por qué le llamarán fila india a la fila india? ¿Será porque los indios eran muy ordenados y caminaban uno detrás de los otros? Como los elefantes, pero sin las colas. Y el que se salía de la fila era un burro. Pero sin la… trompa. Aunque a veces, si los indios estaban enojados, ponían trompa. Como los elefantes, no como los burros. Los elefantes son muy maternales y cuidan mucho a sus crías. En realidad, las que son muy maternales son las elefantas, porque si no los machos no serían tan machos. A pesar de la trompa. Como los burros. La piel del elefante es gruesa como camisa de frisa. Aunque nunca vi un elefante con camisa de frisa. En realidad, nunca vi un elefante con camisa. De hecho, nunca vi un elefante. Los elefantes viven en tres países distintos del mundo: en África, en la India y en el Zoológico. Sí, ya sé que África no es un país sino un Continente. ¿Pero los otros dos?… Un continente es un rejunte de países que están todos en un mismo pedazo de tierra rodeado de agua. Estoy describiendo un continente, no una maceta en un estanque. ¡Qué cosa nuestro planeta! Se llama Tierra y el setenta y cinco por ciento es agua. ¡Si por lo menos se llamara planeta Barro! A los elefantes les gusta mucho el barro. Se revuelcan en los charcos para sacarse los bichos que se les instalan en la piel. Arriba de la piel, digo. Porque es tan gruesa que no pueden meterse debajo. Los elefantes tienen muy mala vista pero muy buena memoria. La verdad, no sé para qué les sirve una memoria tan buena si no ven un comino. ¿O acaso se van a acordar de lo que no vieron? Es muy lindo caminar detrás del último elefante de una fila india. No podés ver el panorama, pero te protege del viento. Es muy lindo, sí. Pero cuidado: el problema es cuando se sienta. En esto, el elefante no se parece al burro. El problema del burro no es cuando se sienta. El problema es cuando se para.

Este relato forma parte de la serie «Relatos en positivo».