Mi esposa y yo tenemos un acuerdo. A-cuerdo. El prefijo “a” significa “sin”, con lo cual “a-cuerdo” significa “sin cordura”, lo que es sinónimo de “locura”. Porque hay que estar loco para convenir algo así con la esposa de uno. O de otro. O con cualquier esposa, en definitiva. El primer punto del acuerdo dice que nos repartimos las tareas de la casa. Y esa parte sí funciona lo más bien. Por ejemplo, ella cocina y yo como, yo traigo el dinero a casa y ella lo gasta, yo ensucio y yo limpio, yo organizo todo y ella hace lo que quiere. “¿Dónde vamos a comer?”, me pregunta. Yo le indico un restaurante y ella responde: “¿Por qué no vamos a este otro?”. Y allá vamos, como un solo hombre. Bah, como un solo hombre y una sola mujer. Porque a nosotros nos gusta comer solos. Por eso nos sentamos en mesas separadas. ¡Pero la cuenta viene toda junta y la pago yo! En realidad, la paga mi tarjeta de crédito, que a estas alturas ya es una tarjeta de des-crédito. ¡Pobre la bisa! ¿Cómo? ¡Ya sé que el nombre de la tarjeta es Visa y no bisa! Pero acabo de acordarme de mi bisabuela, que también tenía un acuerdo con el esposo. Pero volviendo a lo nuestro, les cuento que ya me acostumbré a todo esto: ahora, cuando mi esposa me pregunta dónde ir, le respondo de un modo ininteligible, algo así como “mhhhmmm”; total sé que haremos otra cosa. El segundo punto del acuerdo establece que ambos haremos lo posible para mejorar nuestra vida sexual. ¡Y lo logramos! Ella la mejoró con el diariero y yo con la panadera. La relación de mi esposa con el diariero es a diario; es decir, de casi todos los días. Digo “casi” porque los feriados, cuando yo estoy en casa, no pasa nada con el diariero. Y conmigo tampoco, pero ese es otro tema. Y mi relación con la panadera también anda muy bien, porque ella no me pasa facturas. Dice que es porque me engordan. ¡Mentiras! Si a mí la crema no me hace nada. Pero con ella la cosa es “al pan pan”, como dice el refrán. Oia: me salió en verso. El último punto del acuerdo tiene que ver con el compromiso de siempre decirnos todo lo que nos pasa. Por ejemplo, no importa donde estemos, si se siente feliz y bien acompañada, me lo dice. Me llama y me lo dice. Y yo le creo, porque ella nunca me engaña. Ah no, engañarme no se lo permitiría. Lo nuestro es muy emotivo. E-motivo de divorcio. Estuvimos varias veces a punto de divorciarnos pero nunca pudimos hacerlo. La primer vez porque éramos tan pobres que para hacer la división de bienes tuvimos que pedirles prestado a algunos amigos. Unos nos prestó la heladera, otro el lavarropas y así los demás. Pero el problema fue que luego nos pidieron que se los devolviéramos. Pero, ¿qué clase de amigos son esos? La cuestión es que no tuvimos más remedio que seguir felizmente casados. Lo de felizmente es un lugar común, porque la verdad… Otra vez quisimos divorciarnos pero no encontramos la libreta de casamiento. Debe ser porque nunca tuvimos libreta de casamiento, pero no nos acordábamos. La cuestión es que tuvimos que dejarlo pasar. Y la última vez, ella y yo queríamos divorciarnos, pero los que se opusieron fueron nuestros hijos. Con mi esposa tenemos siete hijos. Tres son del diariero, tres de la panadera y el séptimo no sabemos de dónde salió. Un día fuimos al supermercado y al volver lo habíamos traído. Y desde ese día se quedó a vivir con nosotros. Lo cual resultó muy conveniente para el invierno, porque como dormimos los nueve en la misma cama, no pasamos frío. Ah, sí, somos muy compañeros y compartimos el lecho. Porque por más que yo le echo a cada uno de los siete, ellos no me hacen caso porque dicen que tienen un acuerdo con la madre. ¿Otro acuerdo más? Ah, no. Voy a ver si consigo divorciarme, pero esta vez en serio. Total, de últimas me voy a dormir a la panadería.
Este relato forma parte de la serie «Relatos en positivo».