La apuesta

PulgarApulgaró el clavo contra la pared. Sintió el dolor en la yema del dedo dañado por el mojón de acero, pero no cejó en su propósito y continuó empujando con fuerza. La alcayata resistió la presión y la sangre de los finos capilares atravesó la piel e inundó la palma de la mano. Hizo una pausa para recomponerse y luego redobló el esfuerzo. Lentamente, el pequeño bastón puntiagudo se hundió por completo en la mampostería dejando a la vista sólo el redondel de la plana cabeza. Con una sonrisa se volvió hacia su adversario y le dijo: “Treinta segundos”. Éste lo miró con suficiencia, y apoyando un nuevo clavo sobre la pared, lo hundió con un solo golpe de martillo. Luego, mirando a su contendiente, le devolvió la sonrisa y le respondió: “Un segundo. Yo gané la apuesta”.

Este relato forma parte de la serie “Relatos extravagantes (algunos incluso raros)”.

Placer

Sacó un cigarrillo golpeando levemente el fondo de la cajetilla, lo tomó con su mano izquierda, donde un enorme anillo de sello repelía los fulgores de la lámpara cercana, y lo deslizó por la base de la nariz, aspirando con deleite el aroma del tabaco. Con su otra mano tomó el viejo Ronson y acercando la llama encendió el cigarrillo. Enseguida, como al descuido, lo apoyó en el cenicero. Dejó que su mirada se perdiera entre las volutas que danzaban desordenadamente haciendo arabescos en el aire, mientras el cilindro de papel comenzaba a teñirse de canas. Suspiró. Con los dedos índice y pulgar de la mano derecha desprendió el opaco ojo de vidrio con el que lastimosamente procuraba ocultar su desventura y lo dejó sobre la mesa. Luego, en una estudiada liturgia, colocó el cigarrillo encendido en el hueco donde alguna vez habitara un ojo y lentamente, muy lentamente, comenzó a fumar.

Este relato forma parte de la serie «Relatos extravagantes (algunos incluso raros)».