Se acercaba fin de año y decidí que era tiempo de hacer propósitos y llevarlos a cabo, así que el 31 de diciembre a las 11:58 comencé a escribir lo que haría a partir del primer minuto del año siguiente. Decidí que haría ejercicio para reducir el voluminoso abdomen que no me permite ver el p… el p… ¡el pie izquierdo!… Bah, tampoco veo el derecho: es decir, que no me permite ver los pies. En realidad, sí me veo los pies, pero a través del espejo del baño. En realidad no es a través, sino reflejado en él. Como sea, puedo verme los pies pero eso no quita que tenga una panza prominente, así que como les decía, decidí que haría ejercicios para bajarla. Claro que mi esposa me había dicho que sólo con los ejercicios no alcanzaba para lograr mi propósito, sino que además debía cuidarme con las comidas. “¡Pero si yo me cuido!” –protesté. “¿No hago acaso seis comidas diarias?”. Creí adivinar que la cara que puso mi esposa era de asco. “¡Tenés que comer sin grasa!” –me espetó… ¿Me espetó? ¿Qué habré querido decir? Bueno, no importa, sigamos. Le di la razón a mi esposa… en realidad, hace ya muchos años que le di La Razón, El Clarín y La Nación, porque se la pasa leyendo. La verdad, no sé por qué lee tanto. En realidad, sí lo sé: es para no mirarme la cara. Lo que pasa es que es muy discreta y no me lo dice. Mi esposa lee tanto que está siempre informada de todo lo que pasa. Distinto a mí, que nunca sé lo que está sucediendo. Pero no estaba hablando de mi esposa sino de mis propósitos. Entonces escribí que además de hacer ejercicios me cuidaría con las comidas. Sí, porque todos los propósitos los estaba escribiendo. Es que si no, nunca los cumpliré. Decidí también que me levantaría todos los días a las seis, tomaría una ducha, desayunaría y saldría a caminar una hora por el parque que hay cerca de casa. En realidad, estas cosas ya las estoy haciendo. Bueno, no exactamente, pero parecidas. Yo me levanto todos los días a las seis: es decir, cuento hasta seis y me levanto… a las 10:00 de la mañana. En esto estoy muy ducho, que es casi como decir que me ducho. Eso sí: el desayuno es sagrado. Y sólo un café negro. Claro, porque sólo el café es negro: las medialunas son marrones, la manteca amarilla, la mermelada roja y el whisky dorado. No, no desayuno con whisky, ¿qué se piensan? Simplemente digo que el whisky es dorado. Es una reflexión. Y hablando de eso, tengo que agregar a mi lista “hacer flexiones.” Pero no quiero distraerme ahora que estoy en medio de mis propósitos. El último punto es caminar por el parque. ¡Y yo lo hago! En realidad, camino por el parqué del living. ¿Qué diferencia hay? ¡Si es sólo un acento! Otro propósito que me propuse… propósito que me propuse… ¡Cada vez escribo peor! Otro propósito es lavar y planchar la ropa, tender la cama, cocinar la comida, hacer las compras, servirle el desayuno a la cama a mi esposa y llevar a los chicos al colegio. Todo esto el primer día, así ella aprende a hacerlo y que luego se encargue el resto del año. ¿Les parece muy egoísta? Bueno, está bien, nos turnaremos, no se enojen. Ella los días de semana, los fines de semana y los feriados y yo el resto del tiempo. ¿Está bien? Cuando terminé de escribir la lista, la leí detalladamente, la firmé y le puse la fecha y la hora. Allí me di cuenta de que ya era primero de enero, y como yo había dicho que eran mis propósitos para el año siguiente, tendré que esperar un año para llevarlos a cabo. Pero la intención estuvo, ¿no? Hasta la próxima.
Este relato forma parte de la serie «Relatos en positivo».