Gas del Estado

Los otros días vinieron los de la compañía de gas diciendo que había una pérdida de fluido. Yo les expliqué que el lechón de la noche anterior me había caído mal, pero no me quisieron escuchar. Lo cierto es que después de romper toda la vereda, dijeron: “Aquí no es”, y cruzaron la avenida para ir enfrente. Les cuento que la mía quedó como Krakatoa después del terremoto. “No te preocupes”, me dijeron. “Después viene el Gobierno de la Ciudad y lo arregla”. Lo peor de todo es que les creí. Porque los del Gobierno de la Ciudad vinieron, pero para ponerme una multa por no tener la vereda en condiciones de transitar. Intenté explicarles, pero fue en vano. No quisieron entender razones. En medio de la discusión, de un caño que habían perforado los del gas, comenzó a salir agua como si fueran los géiseres del Parque de Yellowstone. Era un espectáculo hermoso, pero los del Gobierno de la Ciudad no lo apreciaron y allí nomás me pusieron otra multa. ¡Qué poco sentido estético que tienen! ¡Si quedaba lo más lindo el agua saliendo y saliendo para arriba! Hubiera sido una fiesta para los chicos, excepto que hacía dos grados de temperatura. ¡Pero sobre cero, eh! La cuestión es que el agua entró en el medidor de la luz y se produjo una explosión. Es decir, me quedé sin gas, sin agua y sin luz.  Y con tres multas, porque ahí nomás los del Gobierno de la Ciudad me encajaron la tercera. ¡Todo un lujo, vean! Resignado, entré en la casa para llamar por teléfono a los respectivos servicios técnicos, pero no tenía tono. Parece que la explosión había reventado un cable de la telefónica.  Decidí escribirles por Internet. En vano; con todo esto, también se había cortado la conexión. Menos mal que un vecino piadoso hizo los reclamos. Ahora hace veintitrés días que estoy esperando que vengan a arreglar el pasticho. Mientras tanto, las facturas me llegaron con aumento. ¡Esto sí que es la felicidad! ¿No me envidian?

Este relato forma parte de la serie «Relatos en positivo».