Mirar la imagen durante un minuto sin parpadear. Luego cerrar los ojos sin apretarlos demasiado
Cerró los ojos y dejó volar la mente hacia un lugar en el que nunca había estado, en un tiempo que aún no había transcurrido. Una luz purpúrea comenzó a perfilarse en el interior de los párpados atestados de recuerdos. Intentó forzar una imagen pero sólo pudo rescatar la luz indolora que jugueteaba en sus absortas pupilas. Poco a poco, sin embargo, un manchón inocente fue tomando forma y una figura abstracta se corporizó pegándose al cristalino bañado en lágrimas azules. Parpadeó sin abrir los ojos para no dejar huir la imagen que se le regalaba y tanteó sus difusos contornos con las invisibles retículas de la imaginación. Era un rostro que se le antojaba familiar, un armónico conjunto de rasgos bajo una frente amplia rodeada de largo cabello y una barba que coronaba el mentón erguido. Por momentos la imagen se amplificaba resplandeciendo sobre un círculo luminoso que tendía a difuminarse, pero luego, lentamente, se esfumaba entre negruras. Finalmente, desapareció. Abrió los ojos y la realidad inmisericorde lo invadió. Pero nada le importaba. Por esta vez había logrado ser parte de un todo, más allá de la nada.
Este relato forma parte de la serie “Relatos extravagantes (algunos incluso raros)”.