Cuestión de tamaño

Escuché decir por allí que “el tamaño no cuenta”. ¡No estoy de acuerdo! Eso lo dicen los que lo tienen pequeño, pero los que lo tenemos grande sabemos que el tamaño SÍ es importante. Porque si es grande, uno puede meter todo adentro y quedar muy satisfecho. Por el contrario, si es pequeño, siempre subsiste una cuota de descontento: se llega pronto al tope y por más que uno empuje y empuje, no logra introducir nada más y tiene que buscar alternativas. Y si es mediano, medianamente le puede ir bien o mal. La última vez, por ejemplo, tuve que lidiar con tres y me las arreglé bien. ¡Las tres adentro! En cambio, si el baúl del auto hubiera sido pequeño, debería haber llevado una valija menos o cargarla en el asiento trasero. Y a mí no me gusta cargar nada en el trasero. Prefiero hacerlo en el delantero, aunque resulte incómodo. En fin… Lo que pasa con el maletero del coche pasa también con otras cosas, como las pasas. Las pasas de uva, digo, que si son grandes son más sabrosas, y si no, en vez de pasas, te la pasas masticando semillas. Algo similar ocurre con las herramientas. Hay hombres que las tienen grandes, como el gasista, y otros pequeñas, como el relojero. Eso es porque el instrumento depende de lo que hace cada uno. No me imagino a un relojero enderezando una rueda de corona con una Stilson o a un plomero arreglando un caño con una pinceta. Los que también vienen en varios tamaños son los jabones: grande, mediano y pequeño. A los de tamaño grande los llaman “tamaño baño”. No sé por qué los llaman así. ¿Acaso el baño es sólo para bañarse? Y las manos, ¿dónde te las vas a lavar? Ah, ¿no te lavás las manos? ¿Ni después de haber ido a… al baño? Además, los baños suelen ser bastante pequeños hoy en día. Debe ser porque se usan poco. O para que llegues rápido cuando estás apurado. Son baños de juguete. Y hablando de juguetes, algunas publicidades televisivas son engañosas. Te muestran juguetes que parecen que los chicos se pueden meter adentro, y cuando los vas a comprar, te caben en una mano. Los juguetes te caben en una mano, no los chicos. ¡Ahí está! ¡Los chicos son pequeños! Debe ser por eso que les decimos chicos. O pequeños. O hinchap… ¡no, eso depende de cada chico! Volviendo al tema de los juguetes, los que siempre son grandes son los precios. Debe ser porque el tamaño tiene que ver con el peso. Je, je, ¡qué gran metáfora, peso y peso! ¿No les gustó? Bueno, se ve que ustedes lo que tienen pequeño es el humor. Los japoneses dicen que lo pequeño es bello. Debe ser para consolarse, me imagino. Y ahora me acuerdo del dicho ese de que las cosas que te hacen feliz en la vida son pequeñas: un pequeño yate, una pequeña mansión, una pequeña fortuna, una pequeña… ¿Ya lo conocían? ¿Lo había puesto en otro cuento? Bueno, igual sirve para terminar este pequeño relato. ¡Hasta la próxima!

Este relato forma parte de la serie «Relatos en positivo».

59. Sueño

Suelo dormir boca arriba arriba de mi cama. No, no es un error. Duermo boca arriba y también duermo arriba de mi cama. Es lógico: teniendo cama, me imagino que a nadie se le ocurriría dormir en el suelo. La cuestión es que duermo boca arriba y sin nada encima. Sin nada y sin nadie. Sí, sin nadie. Porque vivo en una casa de una sola planta y sobre mi dormitorio tengo la terraza. Así que, a lo sumo, podrá pasear un gato. O una gata. O ambos. O viceversa. “A lo sumo” significa “como mucho”. No como una novia que tenía, que creía que “a lo sumo” significaba empujarme hasta que me cayera de la cama. Era japonesa, la pobre. No digo pobre porque era japonesa, sino porque era pobre. La cuestión es que desde que ella se fue, duermo solo y boca arriba. Cuando duermo en esa posición me pongo tres almohadas bajo la cabeza. Creo que lo que dije es un innecesario pleonasmo. ¿Debajo de qué me las voy a poner si no es debajo de la cabeza? Así que podría haber dicho simplemente que uso tres almohadas, sin especificar dónde las uso. Pero entonces podrían preguntarme dónde las uso y tendría que responder que debajo de la cabeza. Entonces, es mejor decirlo de entrada y listo. Usar varias almohadas es una vieja costumbre que heredé de otra de mis novias. Ella era hindú. Y vieja. Pero sabia…, digo, sabía que era bueno dormir con varias almohadas. La primera tiene que ser de plumas, para que los sueños cobren alas y vuelen en libertad. La segunda debe ser de lana, para que abrigue los deseos. La tercera, en cambio, la agregué yo y es de algodón. Para taparme los oídos y no escuchar las estupideces que decía. ¡Qué insoportable la hindú! Yo no estaba al tanto de sus costumbres, así que la primera vez que se pintó en la frente el lunar de la serenidad, yo creía que tenía viruela. ¡Ni por jo… broma quería acercarme a ella! Para convencerme tuvo que borrárselo con papel de lija. Fue peor; parecía que se hubiera sacado un tatoo. Yo me la encontraba a cada rato en la cama. Había restos de piel en la almohada, restos de piel en las sábanas, ¡y hasta en los zapatos! El día que se fue, disfruté como loco. Ya no escucharía más idioteces. Como éstas. No, digo que como estas almohadas son muy cómodas, duermo profundamente. Profundamente no es lo mismo que mente profunda. Y menos aún que garganta profunda. Esto lo aprendí de otra de mis novias, que era africana. ¡Africana y antropófaga! Por eso tenía una garganta tan profunda. Además, se estiraba el cuello con unos aros de bronce porque decía que en su pueblo eso era un símbolo de belleza. ¡De belleza! En primer lugar, con ese procedimiento llegó a sacarme varios centímetros de altura. Ya me dolía el cuello de tanto tener que mirar para arriba. ¡Si hasta estuve a punto de ponerme yo también los aros de bronce! Por otra parte, usaba las almohadas en batería para poder apoyar todo el cogote. Y por último, como lustraba los anillos con Brasso, me dejaba las fundas manchadas con limpia bronce. Pero cuando se fue, debo confesar que extrañé su garganta. Entonces hice un viaje a las Cataratas del Iguazú para ver la Garganta del Diablo. No era lo mismo, pero parecido. ¡Qué lindas son las Cataratas del Iguazú! Son como un sueño en colores. Como los sueños que tengo cuando apoyo la cabeza en mis tres almohadas. Sí, no se sorprendan; yo sueño en colores. ¿Ustedes no? A ustedes les pasa como a otra de mis novias, que era daltónica. Daltónica, que no distinguía los colores, no que hubiera nacido en Dalton. Ella tenía los sueños en los negros y blancos más brillantes que se puedan imaginar. Y siempre me discutía. Me decía: Y qué, ¿acaso el negro y el blanco no son colores? Entonces yo le confirmaba que efectivamente son colores. ¿Cómo? ¿Qué dicen? Ah, no sabía, yo creía que sí eran colores. Yo suelo soñar en amarillo, verde y algunos otros colores más. Sin ir más lejos, anoche soñé con la bandera de Brasil. Toda la noche soñando con lo mismo: flameaba, flameaba, flameaba… Me levanté mareado, miren. Era una pesadilla. Se nota que soy argentino, porque no me puedo sacar de encima los colores de Brasil que son una pesadilla, sobre todo en fútbol y handball. Borges decía que la palabra “pesadilla” era horrible y que era más linda en inglés. ¿Cómo se dirá? ¿Pe sau di lla? ¿Ah no? ¿Nightmare? Yo siempre creía que eso significaba “no marearse” en alemán. ¡Qué cosa! Lo que es ser bilingüe como Borges. Y como las víboras. Porque las víboras son bilingües. O tienen la lengua bizca, vaya uno a saber. Dicen que las víboras no pueden cerrar los ojos y que por eso no duermen nunca. Pero yo no lo creo. Debe ser que no duermen porque no tienen tres almohadas ni pueden ponerse boca arriba.

Este relato forma parte de la serie «Relatos en positivo».