Ts’ipit K’áak (Anillo de Fuego)

Bordeando los contornos del extraño paraje que se radiculaba en las anchuras de un territorio inexpugnable, el indio, entronizado en una historia singular de noches y matices, derivaba sin rumbo desnudo de toda desnudez. Sólo un arco grotescamente artesanado sobre una rama virgen de nogal cruzaba el pecho vigoroso, mientras sobre la espalda se desmoronaba un carcaj de piel de zorro con escasas diez flechas de punta de pedernal. El indio respiraba el aire de sus mayores, aquellos que vivieran en ese suelo cisandino ambiguamente hollado por ajenos y respetado por propios, al extremo de no traspasar el Ts’ipit K´áak -el Anillo de Fuego- que delimitaba el Área Restringida. Eran esos paisajes los que asombraran los ojos de sus padres, y de los padres de sus padres, y de los padres de éstos, hasta un extremo que ni él mismo podía cercanamente reconocer. El sendero lo acercaba a la Montaña Sagrada que cada tanto rugía de impaciencia y tosía nubes de polvo y vapor. El indio santiguaba cada paso trazando una liturgia inmemorable recogida en noches de fogón de los labios de la anciana de la tribu. Inesperadamente, el camino se hundió en un barranco impiadoso. El indio observó con atención el brusco vacío que se abría bajo sus pies. Cuidadosamente giró sobre sí, justo en el instante en que el puma se abalanzaba sobre su figura tambaleante. Una oleada de sangre cubrió el rostro moreno que se tiñó de miedo y estupor. Estrujados en un abrazo mortífero, hombre y animal hendieron el espacio hacia la negra roca que los esperaba más abajo. El volcán eructó una vez más y un río de lava ardiente cubrió el suelo.

Este relato forma parte de la serie “Relatos extravagantes (algunos incluso raros)”.