Cuentos de cien palabras

perros y gatos

Hoy quiero ofrecerles dos relatos muy especiales, porque fueron escritos por mi padre y mi madre en su digna ancianidad y antes de que la enfermedad los reuniera en otra vida luego de haber compartido casi toda su vida terrenal. Espero que les gusten.

Mi gatita

(De mi padre, cuando tenía 93 años)

¿Puede una gata tener cría en un árbol? Te voy a contar lo que me pasó y luego vos sacá tus conclusiones. Tenía una gatita persa muy bonita que estaba esperando sus gatitos. La pobre nunca estaba tranquila porque yo tenía una perra que la molestaba. Esa mañana, cuando me levanté y no la vi por ninguna parte, al acercarme a un árbol escuché gritos de los gatitos que provenían del árbol, y descubrí que venían de un nido abandonado. Los bajé y los puse en un lugar donde la perra no podía molestarlos más. Éste es un cuento inédito.

El gato y el perro

(De mi madre, cuando tenía 86 años)

¿Existe la enemistad entre gatos y perros? Teníamos en mi casa un perro que, por ser muy bravo, vivía casi siempre atado; y un gatito que era permanentemente perseguido por el perro. Por ese motivo tenía que estar casi siempre arriba de los techos. Un buen día el perro se soltó, salió a la calle y se puso a pelear con el perro del vecino. Cuando el gato se dio cuenta de lo que pasaba, no dudó: saltó sobre el lomo del rival y arañándolo lo puso en fuga rápidamente. Yo francamente pienso que entre ellos no puede haber odio.

Este relato forma parte de la serie “Cuentos de cien palabras”

El ahogo (II)

IndiferenciaComo regurgitando pensamientos apenas esbozados, como sintiendo la presión de los instintos sobre las sienes pobladas de amargura, como saboreando un banquete de ojos derretidos por el calor de un fuego que no ardió, la noche en que tu historia se sobrepuso con la mía rodeó mi cuello, se deslizó brevemente por el pecho, y en el instante aquel en que la amargura abandonaba el nido, una imagen sin final me penetró pausadamente, gozando de un momento que nunca llegué a saborear, perdido en mi propia indiferencia.

Este relato forma parte de la serie “Relatos extravagantes (algunos incluso raros)”.

Hoy, el futuro

palomasZureaban las palomas delicadamente asidas al borde del jazmín. Unisonaba el arrullo que brotaba límpido de las gargantas de las aves, en un amoroso y mutuo convite a la cubrición que desde el inicio de los siglos daba lugar al surgimiento de la vida. Habían construido trabajosamente la morada de hojas secas y ramas recortadas que daría albergo a los embriones resguardados por las rígidas paredes ovulares. Sólo dos huevos reposarían en el nido. Sólo dos pichones –o tal vez ninguno- entornarían los párpados para filtrar el sol de la mañana que llegaría hasta sus ojos, y abrirían los picos reclamando ansiosos la comida. Sólo dos pares de alas batirían el espacio para atrapar el infinito, una vez que las plumas cubrieran los frágiles cuerpos de los recién nacidos. Pero todo eso era el futuro. En el hoy de la diáfana mañana, hembra y macho adormecían sus cantos en un arrumaco embelesado. Ellos no sabían de un después, no razonaban, no planeaban porvenires expectantes, no diferían los goces inmediatos por la promesa de lo que vendrá. Sólo ellos dos en la copa del jazmín. Sólo ellos dos… y la serpiente que acechaba desde la rama adjunta…

Este relato forma parte de la serie “Relatos extravagantes (algunos incluso raros)”.

Francisco

Hombre cargando leña(Relato con clima de realismo mágico)

Sumergía los pies en ese río que corría barranca abajo desde la cumbre aquella donde apenas se divisaba el nido de águilas pescadoras amarrado al costado de la pendiente sur. Iba pisando las piedras irregulares con los pies descalzos, adivinando las formas, imaginando los colores. Tanteaba los recovecos del agua mientras avanzaba tratando de no salpicar los pantalones blancos atados apenas bajo las rodillas. La espalda arqueada por el peso de la leña, la sonrisa estampada en un rostro moreno que no desentonaba, las manos sosteniéndose de los juncos y totoras para no dejar caer la carga. Así se iba la tarde, con un sol rojo como el silencio escondiéndose tras el monte. Y así iba Francisco, él también en silencio, él también un sol rojo, él también una tarde tras el monte de juncos y totoras.

Este relato forma parte de la serie “Relatos extravagantes (algunos incluso raros)”.

Duda

Gaviotas volando¿Cómo será el futuro? ¿De qué modo afectarán las experiencias mi conducta condicionándola, modificándola, transformando la meditada constancia de la tortuga que me habita, en la velocidad irreflexiva del guepardo que, latente, aguarda su momento? ¿O será que simplemente no habrá vuelta atrás y nadie esperará de mí una respuesta instantánea, visceral? Es difícil –casi imposible– responder a los interrogantes que me sobrevuelan como gaviotas atrevidas, pero me niego a dejar de alimentarlas, aun cuando no obtenga las respuestas. Tal vez –sólo tal vez– de este modo logre que hagan nido en mí.

Este texto forma parte de la serie “Reflexiones sin flexiones”.