Esa era la estrella. La que veía encenderse cada noche cuando se asomaba a la ventana que daba hacia el oeste. La que brillaba con luz propia encandilando al cielo y a las demás estrellas. A la que le pedía que hiciera ciertos sus deseos. Todas las noches entrecerraba los ojos para atraparla entre las pupilas. Todas las noches la miraba hasta que el sueño ocupaba su lugar. Una noche, sin embargo, miró hacia el poniente y no la vio. Preocupada, quiso correr las nubes pero fue en vano. En ese instante golpearon a la puerta y una luz se coló por la rendija. Con la esperanza de que se hubiera producido algún milagro, la abrió por completo de un tirón… Era el encargado del edificio que, lámpara en mano, le informaba del corte de energía que afectaba la ciudad.
Este relato forma parte de la serie “Relatos mínimos”.