Se calzó el sobretodo sobre el viejo traje raído y salió a la calle. El frío cortante de la tarde lo sacudió impiadosamente. Era el invierno más destemplado de la década, que hacía que el mercurio de los termómetros, casi congelado, no alcanzara siquiera la línea del cero. Se arrebujó tras las solapas, en un intento vano de conservar un poco de calor, y siguió caminando con pasos inseguros. Al doblar la esquina, vio un anciano acurrucado en un umbral, temblando de frío bajo sus escasas ropas. Lo miró atentamente y, sin ningún gesto de duda, se quitó el abrigo y se lo colocó al anciano sobre los hombros, resguardándolo de la inclemencia. El anciano lo miró. Sus ojos, de un azul intenso, transparentaban gratitud. Ambos sonrieron. Siguió su camino bajo el frío, que ahora ni siquiera lo rozaba.
Este relato forma parte del libro “Ciento un relatos que siento uno” publicado en Diciembre de 2010.