Las matemáticas

Las matemáticas siempre fueron mi fuerte… dolor de cabeza. Cuando iba al colegio… porque yo iba al colegio. ¿Ho no ce nota? Decía que cuando yo iba al colegio, la maestra se sorprendía… de que fuera al colegio. Más que sorprenderse, se emocionaba. Todos los días se emocionaba. Bueno, al menos eso me parecía a mí, porque me veía llegar y comenzaba a llorar de emoción. ¿O sería por otra cosa? A mí, estudiar no me costaba nada. Yo era un burro gratis nomás. Pero aprendí matemáticas. Por ejemplo, aprendí que cuatro de cada diez personas son el cuarenta por ciento. Nada mal, ¿eh? Y que el cincuenta por ciento de la gente es aproximadamente la mitad. ¿Qué tal? Lo que no me gustaba de las matemáticas eran los quebrados. Sobre todo después de los partidos de fútbol. Lo primero que me enseñó la maestra fue a sumar. A su mar… ido, digo. Porque como yo estaba enamorado de ella, me enseñó una foto de él. ¡Era muy grande! La foto, digo. Porque el tipo era un petiso fachista. ¡Tenía una facha! Lo que me gustaba de las matemáticas eran los números primos. Más precisamente, las primas, sobre todo las mellizas, que eran lindas al cuadrado. Como la maestra. Digo que como la maestra enseñaba muy bien, nosotros aprendíamos de todo, sobre todo anatomía. Porque usaba una minifaldas y un escote… Y también matemáticas. Me acuerdo de una vez que nos dio a resolver un problema que decía: si hay diez pájaros y de un tiro mato tres, ¿cuántos quedan? Yo le respondí de inmediato: tres, porque los otros se vuelan. Se puso a llorar. Debía ser por los pájaros muertos. Es que era muy sensible la maestra. Ahora bien, ¿cómo hizo para matar tres pájaros de un solo disparo? Es que donde ponía el ojo ponía la bala. Así que los tres pájaros debían estar en la mesa de noche, que era donde dejaba su ojo de vidrio. Pero gracias a ella, terminé el primario… a los veintitrés años. ¡Y pasé al secundario! En el secundario tuve un profesor. Yo iba al secundario porque era de segunda. Como Einstein, que decían que no sabía matemáticas. Igual que yo, bah. La cuestión es que el tipo… el tipo de profesor, digo. La cuestión es que enseñaba bien. Como la maestra de primario, que también enseñaba bien. Con el profesor los problemas eran más complicados. Una vez por ejemplo nos planteó el siguiente problema: si un camión anda a 126 kilómetros por hora, ¿en cuánto tiempo recorrerá 1.260 kilómetros? Yo le dije: en dos días. ¿Cómo en dos días?, me preguntó. Sí, le respondí, porque con la restricción de velocidad a 90 kilómetros por hora, más las detenciones en los peajes, la hora de almuerzo del conductor, ir al baño y no poder manejar más de 7 horas seguidas, en un día recorrerá más o menos 630 kilómetros. Así que para 1.260 kilómetros necesitará dos días. Brillante, ¿verdad? Pero al día siguiente el profesor no vino más y a mí me pasaron a otro colegio. Al Colegio Militar. Pero eso es otra historia que alguna vez les contaré. Hasta pronto.

Este relato forma parte de la serie «Relatos en positivo».

Anécdotas de la escuela secundaria – Pulmones y espermatozoides

EspermatozoideLa profesora de anatomía era tan bonita como ocurrente. Toda la clase estaba enamorada de ella. Ella se daba cuenta de esto y usaba su seducción para manejarnos mejor. Alfredo, indiscutiblemente más grande que todos nosotros, se sentía con derecho a ser su principal enamorado. Un día pasó a dar la lección. Justo tocaba hablar del aparato reproductor masculino. La profesora le preguntó: “Dígame ¿Qué órgano produce los espermatozoides?”. Otra vez le soplaron mal, y con su habitual desconocimiento del tema, Alfredo le respondió: “Los pulmones”. La profesora lo miró, y picarescamente le dijo: “Entonces no estornude, que soy soltera”.

Este relato forma parte de la serie “Cuentos de cien palabras”.