Día Mundial de la Naturaleza

La conmovedora historia de la víbora herbívora y el yacaré desdentado

Habían nacido para ser las fieras más salvajes y temidas de la selva: la terrible constrictora y el acorazado de la boca inmensa. Ambos eran capaces de cazar, triturar y devorar presas más grandes que ellos mismos. Nadie se acercaba al río, reino del yacaré, ni a los árboles cercanos donde imperaba la anaconda. Nadie que supiera de su existencia, claro. Pero el cervatillo, nacido apenas unos días antes, aún no había abierto los ojos a la realidad de la jungla profunda, donde las frágiles patas escasamente podían sostenerlo entres sustos y ansiedades. Primero se encontró con la anaconda. Se miraron replicando un gesto de sorpresa e incomprensión. La serpiente vio cómo la pequeña gacela temblaba de terror, y dando la vuelta, continuó desgajando las hojas de un eucalipto. Cuando pudo sobreponerse, el cervatillo huyó hacia el río, para caer de bruces en las fauces abiertas del caimán. Pero nada pasó. Ni un solo diente coronaba la mandíbula del predador, que escupió sobre la tierra el espanto del cervato. Años más tarde, un orgulloso ciervo de ostentosa cornamenta, recordaba el día en que pudo haber muerto dos veces, y las dos veces sobrevivió.

Este relato forma parte de la serie «Cuentos de la fronda».

Hoy domingo 3 de marzo de 2019 es el Día Mundial de la Naturaleza. Como un homenaje a ese día en que se conmemora la convención que protege las especies amenazadas, vuelvo a publicar este simpático relato de la serie «Cuentos de la fronda». Espero que les guste.

Los signos

???????????????????????????????El primer signo lo percibió una tarde en que volvía del trabajo hacia su hogar. Cuando ya la oscuridad teñía de sombras el camino, un pequeño destello sobre las negras lajas atrajo su atención. Curioso, se detuvo a observarlo. Era un círculo plateado de cinco centímetros de diámetro, del que sobresalían unas figuras en relieve. Intentó desplazarlo con la punta del zapato. En vano; la placa parecía aferrada a la vereda. Encendió el celular y lo acercó a la imagen. A la escasa luz de la pantalla pudo ver los perfiles de dos ángeles que dirigían la mirada hacia el suelo, como intentando ocultar quién sabe qué vergüenza. En la parte inferior se veían las letras “MU” escritas en mayúsculas y cruzadas por el filo de un puñal. Luego de unos instantes, se irguió y continuó la marcha. Pasaron tres días. Al cuarto, volvió al sitio donde había encontrado las figuras. Curiosamente, la placa ya no estaba. En su lugar, un trozo de papel apergaminado se aferraba al adoquín. Probó de levantarlo, pero se le negó. Nuevamente iluminó el espacio con la luz del celular, para ver la sílaba “ER” escrita en tinta china, a la que se le enroscaba una sierpe amenazante. Tres días más tarde, acuciado por la curiosidad, regresó al lugar. Esta vez, ni placa ni papel. Sólo encontró escritas con tiza en la calzada las letras “TE”, heridas por el disparo de una pistola de seis tiros. A la mañana siguiente lo encontraron yaciendo sobre el piso. En el cuello mostraba dos pequeños orificios, como de una mordedura de serpiente. En el medio del pecho asomaba un círculo de sangre que escapaba de la herida de un puñal. Y en la sien derecha, un círculo ennegrecido mostraba rastros de un disparo. Unos metros más allá se amontonaban un círculo metálico pulido en ambas caras, un trozo de papel completamente en blanco y el último trozo de una tiza. La lluvia desteñía una palabra escrita en el suelo, pero que aún podía leerse y que decía: MUERTE.

Este relato forma parte de la serie “Relatos extravagantes (algunos incluso raros)”.

El tatuaje

Tatuaje serpienteTenía una extraña afición por los tatuajes. Los admiraba en los demás, pero nunca había expuesto su propio cuerpo a las agujas. Tal vez porque imaginaba un dolor insostenible. Quizás porque, bajo la apariencia de una insolente actualidad, dentro de sí primaba un pensamiento arcaico. Lo cierto es que ese día tomó una decisión. Tras bañarse con mayor cuidado que de costumbre y de untarse el cuerpo con una loción imperdonable, se apersonó en forma sigilosa al remedo de clínica en que se haría el grabado. Entró urgido, eludiendo las eventuales miradas de quienes no comprenderían su repentina decisión. En una sala pequeña se amontonaban un sillón, un par de sillas y una mesa ratona poblada de carpetas con dibujos. La sonrisa de una encantadora recepcionista le dio la bienvenida y le inquirió por el tatuaje elegido. “No lo sé”, respondió él. La joven lo tranquilizó con indulgencia. “No se preocupe”, le dijo, mientras con un grácil gesto de la mano le señalaba los catálogos. “Tenemos muchos modelos. Tómese un tiempo y elija el de su gusto”. Él obedeció como un autómata. Abrió una gruesa carpeta rebosante de fotografías y comenzó a repasar los cientos de estampados: ángeles, demonios, dragones, estrellas, lunas, soles… Exquisitos delfines saltaban sobre olas majestuosas; musculosos caballos pastaban en praderas inasibles; prodigiosos monstruos improbables amenazaban con rostros inquietantes. Entre tantas opciones, se hacía difícil la elección. De pronto, una estampa atrajo su atención. Era una serpiente de cuerpo vigoroso que mostraba sus afilados dientes enrollada en un tronco clavado en la tierra. Decidió que era perfecto para él. La cálida voz de la recepcionista lo volvió a la habitación. “Señor, venga por aquí”, le dijo, mientras lo escoltaba hacia un gabinete adjunto en el que lo aguardaba un fornido moreno de brazos musculosos. El moreno le preguntó por su elección. Con un dedo tembloroso le señaló la imagen y su propio pecho bajo la tetilla izquierda. El moreno lo hizo recostar en la camilla y comenzó la talla. Al cabo de una hora que parecía interminable, el moreno lo invitó a mirarse en un espejo. Observó con orgullo el tatuaje que relucía en todo su esplendor. Era la vívida imagen de una robusta serpiente de dientes afilados, muy bien concebida y mejor realizada. Se vistió, pagó por el trabajo y se marchó. Pasó el resto de la tarde con el torso descubierto admirando la pintura. Esa noche se fue a dormir feliz con su nueva adquisición. A la mañana siguiente lo encontraron muerto sobre el lecho. Debajo del cuello mostraba dos extraños y profundos orificios. En el pecho sólo se veía el dibujo de un tronco solitario clavado en la tierra.

Este relato forma parte de la serie “Cuentos incontables”.

Desazón

OjosMe desperté intranquilo en el cuarto de un albergue al que había llegado casi sin proponérmelo. Era el único ocupante de un lecho destemplado, con ropas desprolijas y sudores impresos en las sábanas. Giré sobre la almohada y miré hacia lo alto. Dos ojos suspendidos en las sombras me observaban con fijeza. Dos ojos de rata acorralada, de serpiente dañina, que se inmutaban en el vacío oscuro sin cegarse siquiera en el apenas de un pestañeo. Me incomodaba esa mirada maligna detenida fijamente en mi mirada, como queriendo sonsacarme la inmanencia, hundirse en mis pupilas y viajar hasta el cerebro cruzando el nervio óptico. No sabía quién era el que clavaba sus redondos cristalinos en los míos. No imaginaba por qué lo estaba haciendo. No adivinaba cuáles eran los malignos designios que los llevaban a explorarme con la inmutable rigidez de fríos estiletes que cortaban las capas sensibles de conos y bastones para yacer sin compasión en el ahogo del líquido acuoso. Pensé: ¿Por qué a mí? ¿A quién habré mirado con desprecio para tener que soportar ahora la muda y enigmática respuesta de esos orificios anclados a los míos? No aguanté más la angustiosa incertidumbre e instintivamente pulsé el botón del velador. Sorprendido, vi mi propio rostro traslucirse en el espejado baldaquín del lecho.

Este relato forma parte de la serie “Relatos re latos”.

Hoy, el futuro

palomasZureaban las palomas delicadamente asidas al borde del jazmín. Unisonaba el arrullo que brotaba límpido de las gargantas de las aves, en un amoroso y mutuo convite a la cubrición que desde el inicio de los siglos daba lugar al surgimiento de la vida. Habían construido trabajosamente la morada de hojas secas y ramas recortadas que daría albergo a los embriones resguardados por las rígidas paredes ovulares. Sólo dos huevos reposarían en el nido. Sólo dos pichones –o tal vez ninguno- entornarían los párpados para filtrar el sol de la mañana que llegaría hasta sus ojos, y abrirían los picos reclamando ansiosos la comida. Sólo dos pares de alas batirían el espacio para atrapar el infinito, una vez que las plumas cubrieran los frágiles cuerpos de los recién nacidos. Pero todo eso era el futuro. En el hoy de la diáfana mañana, hembra y macho adormecían sus cantos en un arrumaco embelesado. Ellos no sabían de un después, no razonaban, no planeaban porvenires expectantes, no diferían los goces inmediatos por la promesa de lo que vendrá. Sólo ellos dos en la copa del jazmín. Sólo ellos dos… y la serpiente que acechaba desde la rama adjunta…

Este relato forma parte de la serie “Relatos extravagantes (algunos incluso raros)”.

La conmovedora historia de la víbora herbívora y el yacaré desdentado

Habían nacido para ser las fieras más salvajes y temidas de la selva: la terrible constrictora y el acorazado de la boca inmensa. Ambos eran capaces de cazar, triturar y devorar presas más grandes que ellos mismos. Nadie se acercaba al río, reino del yacaré, ni a los árboles cercanos donde imperaba la anaconda. Nadie que supiera de su existencia, claro. Pero el cervatillo, nacido apenas unos días antes, aún no había abierto los ojos a la realidad de la jungla profunda, donde las frágiles patas escasamente podían sostenerlo entres sustos y ansiedades. Primero se encontró con la anaconda. Se miraron replicando un gesto de sorpresa e incomprensión. La serpiente vio cómo la pequeña gacela temblaba de terror, y dando la vuelta, continuó desgajando las hojas de un eucalipto. Cuando pudo sobreponerse, el cervatillo huyó hacia el río, para caer de bruces en las fauces abiertas del caimán. Pero nada pasó. Ni un solo diente coronaba la mandíbula del predador, que escupió sobre la tierra el espanto del cervato. Años más tarde, un orgulloso ciervo de ostentosa cornamenta, recordaba el día en que pudo haber muerto dos veces, y las dos veces sobrevivió.

Este relato forma parte de la serie “Cuentos de la fronda”.

El Paraíso terrenal en tres versiones

Adán – Versión machista

Adán paseaba por el paraíso terrenal acompañado solamente por su sombra. A pesar de tenerlo todo, no era feliz. Advertía que le faltaba algo que llenara sus días. El Señor, consciente de la pena de Adán, decidió darle una compañía. Sumió a Adán en un profundo sueño y quitándole una costilla le dio forma a un ser muy similar a él, pero más bello, sutil y delicado. Decidió llamarla Eva. Al despertar Adán vio a su nueva compañera y dirigiéndose al Señor le dio las gracias por el regalo que le había otorgado… Hasta aquí la historia que narra el Antiguo Testamento. Nosotros, los casados, sabemos que se trata de una fábula.

Eva – Versión feminista

Dios le dijo a Eva: –Eva, tengo que contarte algo. Vayamos a un lugar tranquilo-. Hicieron eso y Dios comenzó a hablar: –A Adán lo creé después que a vos, pero él piensa que nació primero. Lo hice más fuerte para que pudiera hacer los trabajos pesados y que vos pudieras descansar. Él es torpe y tiene mal gusto, así que tendrás que enseñarle a apreciar la belleza y educarlo para que sepa relacionarse con los demás, cuando sean más que ustedes dos. Pero todo esto deberá ser un secreto entre vos y Yo, de mujer a mujer…

La serpiente – Versión ofídica

Estaban los tres solos en el paraíso: el hombre, la mujer y ella, la serpiente. Adán y Eva se pasaban los días haciéndose arrumacos y no le prestaban atención al ofidio. La víbora, celosa, decidió hacer algo para que esto cambiara. Agarró una manzana, la mordió inyectándole un poco de su veneno y se la ofreció a Eva. Ésta la tomó y le dio un mordiscón. Luego le ofreció la fruta a Adán, que hizo lo mismo que ella.  Desde entonces se dice que el hombre es arrastrado como una serpiente, y que la mujer, cuando habla, tiene veneno en la boca.

Este relato forma parte de la serie “Relatos re latos”.