La música (cuento de cien palabras)

Cada noche, al irse a dormir, solía escuchar música de cámara. Bach, Mozart, Tchaicovsky, Vivaldi, acunaban sus ensueños. A medida que entraba en letargo, sus sueños se mezclaban con las notas, y cada melodía se fundía en aquellos. Los pájaros cantaban gorgoteando sólo en «mi». El susurro del viento entre las hojas musitaba un melancólico «la». El murmullo del agua en la cascada traía los sonidos inefables del «fa». La lluvia que repiqueteaba sobre el suelo pronunciaba el inconfundible «do»… Por la mañana, cuando despertaba, todas las cosas de su día seguían teniendo la misma melodía que en los sueños…

Este relato forma parte de la serie “Cuentos de cien palabras”

El osario (III)

Realmente creía que con las versiones anteriores del Osario había agotado las anécdotas de “El Oso”, pero conforme pasa el tiempo me siguen surgiendo los recuerdos de sus famosos dichos. Como por ejemplo, cuando algo le salía mal, decía que había que hacer “morrón y cuenta nueva”, así fuera que saliera “sapo o gallineta”. Algunos de sus refranes preferidos eran “el buey solo bien salame” y “el perro del orto enano no come ni deja comer al amo”. También afirmaba que “somos seres únicos e aborrecibles”. Cuando hablaba de música llegaba al paroxismo de la brutalidad. Decía que la sinfonía que más le gustaba era “El calzoncillo de Ravel”, sobre todo cuando vio en la película “Los unos y los otros” “cómo lo bailaba Don Jorge”. De Toscanini decía que “era puro humo y que se había quemado cuando escribió Tosca porque resultó ni ni”; que Rossini había compuesto “El peluquero de Sevilla”; que “Vivaldi era un piola que se la pasaba de estación en estación” y que Tchaicovsky había escrito “El largo de los cines” en una época en que las películas comenzaban a hacerse cada vez más extensas y pesadas. Y respecto de la música moderna, afirmaba que el conjunto que más le gustaba eran “los gansos rosas”. Pero el Oso no sólo era un amante de la buena música sino que también decía ser un profundo conocedor de la pintura. “Me gustan los impresionistas porque me causan buena impresión” era una de sus frases favoritas. Afirmaba que “Manet y Monet es lo mismo: total, ¿qué diferencia hace una letra?”. ¡Pobre Oso! Quería darnos la impresión de ser muy culto, pero no lo lograba. Es obvio que Manet y Monet no son lo mismo: uno es Manet y el otro Monet. ¿Se entiende? Manet era pintor, en cambio Monet… también. La diferencia es clara: uno se llamaba Claude y el otro Edouard. Bueno, sigamos. De Picasso decía que no le gustaba “porque es muy estructurado” y de Dalí que compraba malos óleos porque “termina de pintar los relojes y las pinturas se le corren todas”. Según el Oso, “Magritte está pasado de resoluciones, porque en vez de caras, pone manzanas en el cuerpo de la gente”. “Rembrandt era policía antes de pintar La Ronda Nocturna” y “Botero trabajaba con Onassis cruzando gente de una orilla a la otra del Riachuelo”. No lo podíamos convencer de que estaba equivocado. Decía las cosas con tal seguridad que finalmente terminábamos pensando que los errados éramos nosotros. En fin… Creo que ahora sí llegué al final de mi recopilación de dichos de El Oso. Los dejo para ir a contemplar el último cuadro que compré, “Los zapatos” de Van Botticelli, mientras escucho la ópera “La Traviata” comiendo unas galletitas de agua. Hasta la próxima.

Este relato forma parte de la serie «Relatos en positivo».