El llamado

Sentados a la mesa de un bar, mi amigo Gerardo y yo compartíamos un café. A Gerardo se lo veía muy conmocionado. Yo procuraba calmarlo y le pedí que me contara lo que le había sucedido para estar así. Comenzó a contarme: -Todo resultó muy extraño. Eran las dos de la mañana y yo estaba durmiendo, cuando de pronto sonó el teléfono en mi habitación. Dormido como estaba, atendí. Era mi papá. Me pedía que por favor fuera hasta la casa de su hija Lucila –mi hermana- porque tenía un mal presentimiento. Y cortó. Refunfuñando, me vestí, agarré el coche y viajé los veinte kilómetros que hay entre las dos casas en medio de la lluvia torrencial. Yo tenía las llaves de la casa de Lucila, así que cuando llegué, abrí sigilosamente, y la encontré tirada en medio del living. Había tenido un ataque cerebral y estaba agonizando. Llamé de urgencia al SAME y pudimos salvarla. Ahora se está recuperando satisfactoriamente. Suspiró y tomó un trago del café. –Sí, es realmente extraño el presentimiento que tuvo tu papá –le dije. –No, no es eso –me respondió. –Lo realmente extraño es que mi papá falleció hace cinco años…

Este relato forma parte de la serie “Relatos extravagantes (algunos incluso raros)”.

De pluma ajena – Antiguas historias

Hola a todos. Continuamos con las antiguas historias que encontré entre mis papeles. La de hoy se titula “Preguntas magnéticas” y espero que les guste.

Preguntas magnéticas

La siguiente es una historia acerca del poder de un cuestionario creativo. Cuando la famosa pintura de Rembrandt llamada “La ronda nocturna” fue restaurada y vuelta a exponer en el Rijks-Museum de Amsterdam, los curadores de la muestra llevaron a cabo un simple pero ingenioso experimento presentando a los visitantes un cuestionario sobre la pintura. Prepararon más de 50 preguntas como las siguientes: ¿Cuánto cuesta la pintura? ¿Fue alguna vez falsificada? ¿Existen errores en la pintura? ¿Por qué Rembrandt pintó este tema? ¿Quiénes eran los personajes? ¿Qué técnica utilizó el pintor?, y las pusieron bien visibles –junto con las respuestas obtenidas- en una sala por donde debían pasar los visitantes para llegar a la galería donde se exponía la pintura.

El resultado fue que el promedio de tiempo empleado en ver la pintura pasó de seis minutos hasta media hora. Los visitantes dijeron que las preguntas los motivaban a mirarla por más tiempo y con mayor detenimiento, buscando nuevas perspectivas para apreciarla mejor.

Y en la vida cotidiana, nosotros, ¿cómo estamos acostumbrados a mirar a los demás?

De la serie “De pluma ajena”

De pluma ajena – Antiguas historias

Hola a todos. Continuamos con las antiguas historias que encontré entre mis papeles. La de hoy se titula “Los clavos en la puerta” y espero que les guste.

Los clavos en la puerta

Esta es la historia de un joven que tenía muy mal carácter. Debido a ello, un día su padre le dio una bolsa de clavos y le dijo que cada vez que perdiera la paciencia clavara un clavo detrás de la puerta.

El primer día el joven clavó 37 clavos. Durante las semanas siguientes, a medida que aprendía a controlar su genio, clavaba menos clavos, hasta que un día logró controlar por completo su mal carácter y no necesitó clavar ningún clavo en la puerta.

Después de informarle a su padre, éste le sugirió que retirara un clavo cada día que lograra controlar su carácter. Los días pasaron y el joven pudo finalmente anunciar a su padre que no quedaban más clavos para retirar de la puerta.

El padre lo llevó hasta la puerta y le dijo: -Has trabajado duro, hijo mío, pero mira todos los hoyos que has dejado en la puerta. Nunca más será la misma. Cada vez que pierdes la paciencia dejas cicatrices como éstas en los demás. Puedes insultar o criticar a alguien y luego retirar lo dicho o pedir disculpas, pero las cicatrices perdurarán…

De la serie “De pluma ajena”

De pluma ajena – Antiguas historias

Hola a todos. Continuamos con las antiguas historias que encontré entre mis papeles. La de hoy se titula “La explicación del Maestro” y espero que les guste.

La explicación del Maestro (o cuando queremos todo resuelto)

Al finalizar cada clase, el Maestro contaba siempre una parábola que no todos sus discípulos comprendían. Así, un día uno de ellos lo enfrentó y le dijo: -Tú nos cuentas historias, pero no explicas su significado.

El Maestro le pidió disculpas y continuó diciéndole: -Permíteme que en señal de reparación te convide con una rica manzana.

-Gracias, Maestro –respondió halagado el discípulo.

-¿Me permites que la pele yo mismo? –insistió el Maestro.

-Sí, muchas gracias –respondió el discípulo.

-Ya que tengo el cuchillo en la mano, aprovecharé y la cortaré en rodajas para que te sea más cómodo comerla –dijo el Maestro.

-Me encantaría –dijo el discípulo –pero no quisiera abusar de tu buena voluntad.

-No es un abuso –respondió el Maestro. –Sólo quiero complacerte. Y permíteme también que la mastique antes de dártela.

-¡No, Maestro! ¡No me gustaría que hicieras eso! –se quejó sorprendido el discípulo.

El Maestro entonces le dijo: -Eres contradictorio. No quieres que te mastique la manzana pero me pides que te explique las parábolas. ¿No crees que tú mismo debes encontrarle el sentido a cada una de ellas y saborear su exquisito sabor?

De la serie “De pluma ajena”

De pluma ajena – Antiguas historias

Hola a todos. Continuamos con las antiguas historias que encontré entre mis papeles. La de hoy se titula “La vaquita” y espero que les guste.

La vaquita

Un Maestro paseaba por un bosque con su discípulo cuando vio a lo lejos un sitio de apariencia muy pobre. Decidió hacer una breve visita al lugar, mientras le comentaba al aprendiz sobre la importancia de conocer y visitar personas y aprovechar las oportunidades de aprendizaje que ofrecen estas experiencias. Los habitantes de la casa eran una pareja y tres hijos vestidos con ropas sucias y gastadas y sin calzado.

El Maestro se aproximó al dueño de casa y le dijo: -En este lugar no existen posibilidades de trabajo. ¿Cómo hacen ustedes para sobrevivir aquí?

El hombre le respondió calmadamente: – Amigo mío, nosotros tenemos una vaquita que nos da varios litros de leche por día. Una parte la vendemos o la cambiamos por otros alimentos en la ciudad, y con la otra parte producimos queso, manteca y otros productos para nuestro consumo, y así vamos viviendo.

El Maestro agradeció la información, y él y su discípulo continuaron la marcha.

Cuando estaban a medio camino, el Maestro le pidió a su discípulo que buscara la vaquita y la empujara por el barranco.

El joven miró al Maestro con espanto e intentó cuestionarle la orden, pero como percibió el silencio absoluto del Maestro, cumplió temeroso la orden. Empujó la vaquita por el barranco y la vio morir.

Varios años más tarde el discípulo abandonó al Maestro y regresó al lugar para contarle a la familia lo que había hecho y pedirle perdón.

A medida que se aproximaba al lugar, veía todo muy cambiado para bien, con árboles floridos, una hermosa casa, un automóvil en la puerta y algunos niños jugando en el jardín.

Vio venir hacia él al dueño de casa, que era el mismo que había conocido en su visita anterior, y le preguntó: -¿Cómo hizo para mejorar este lugar y cambiar de vida?

El hombre le respondió: -Nosotros teníamos una vaquita que nos daba de comer, pero un día se cayó por el barranco y se murió, así que nos vimos en la necesidad de hacer otras cosas y desarrollar otras habilidades que no sabíamos que teníamos. Y así, poco a poco, fuimos mejorando en nuestro nivel de vida.

Todos tenemos “una vaquita” que si bien nos proporciona algunas cosas básicas, al mismo tiempo nos hace dependientes de ella y nos inhibe de progresar. Descubrámosla y empujémosla por el barranco.

De la serie “De pluma ajena”

De pluma ajena – Antiguas historias

Hola a todos. Haciendo limpieza de papeles antiguos, encontré una serie de cuentos e historias que creo valen la pena compartir con ustedes. Así que en ésta y próximas entregas iré publicando cada historia, que espero que disfruten. Aquí va la primera:

Las cucharas

En aquel tiempo, dice una antigua leyenda china, un discípulo preguntó al Maestro: -¿Cuál es la diferencia entre el cielo y el infierno.

El Maestro le respondió: -Es muy pequeña, pero sin embargo tiene grandes consecuencias. Ven, te mostraré el infierno.

Entraron en una habitación donde un grupo de personas estaba sentado alrededor de un gran recipiente con arroz. Todos estaban hambrientos y desesperados. Cada uno tenía una cuchara tomada fijamente desde su extremo, que llegaba hasta la olla. Pero cada cuchara tenía un mango tan largo que no podían llevársela a la boca. La desesperación y el sufrimiento eran terribles.

-Ven –dijo el Maestro después de un rato. –Ahora te mostraré el cielo.

Entraron en otra habitación idéntica a la primera, con la olla de arroz, el grupo de gente, las mismas cucharas largas, pero allí todos estaban felices y alimentados.

-No comprendo –dijo el discípulo. -¿Por qué están tan felices aquí, mientras son desgraciados en la otra habitación, si todo es lo mismo?

El Maestro sonrió. –Ah, ¿no te has dado cuenta? Como las cucharas tienen los mangos largos, no les permiten llevar la comida a su propia boca, con lo aquí han aprendido a alimentarse unos a otros.

Beneficio común, trabajo común. ¿Tan complicadas son las cosas que no vemos el beneficio común, que en definitiva es nuestro beneficio?

De la serie “De pluma ajena”

El cuerpo humano

El cuerpo humano está diseñado para que sus diversas partes tengan alguna utilidad para los individuos en su vida cotidiana. Si comenzamos nuestro análisis de arriba hacia abajo, tenemos en primer lugar el cabello. ¿Para qué sirve el cabello? Simple: para peinarse, cortárselo y a medida que crecemos, quedarnos pelados. Sobre todo si somos varones, porque a las mujeres les dura más tiempo en la cabeza. El cabello es un paradigma de creatividad. Se puede usar con raya al costado, con raya al medio, con flequillo y con muchas otras opciones más. ¿Están de acuerdo? Sigamos entonces. Luego tenemos las cejas. Su utilidad es principalmente femenina: poder depilarse. Si no existieran las cejas, los fabricantes de pinzas depiladoras irían a la ruina. Al igual que el cabello, las cejas están dentro del grupo de las “pelambres” y  tienen como compañeras a las pestañas, cuya utilidad es poder ponerse rímel y postizos para alargarlas. ¡Qué costumbre la de las mujeres! Se afeitan las cejas y se alargan las pestañas. ¿Quién las entiende? Al lado de las pestañas tenemos los ojos. Son dos, y muy útiles para ponerse gotas y lentes de contacto. ¿Dónde nos pondríamos todo eso si ellos no estuvieran allí para auxiliarnos? A los costados de la cabeza están las orejas. También son dos y tienen múltiples usos. Por una parte, los contadores, verduleros y todos los que hacen cuentas, tienen en ellas el lugar apropiado para sostener el lápiz mientras no están escribiendo. Pero a las mujeres les resultan esenciales para ponerse aros. A las mujeres y a muchos hombres, a decir verdad. Pero las orejas son también sinérgicas. Trabajan codo a codo con la nariz en la tarea de sostener los anteojos. Sin unas y sin la otra, los armazones y los cristales serían imposibles de sostener y se caerían constantemente. Pensándolo bien: ¿trabajan “codo a codo”? ¿De dónde habrá salido esa expresión? ¿No debería ser “orejas a nariz”? En fin… Y hablando de la nariz, tiene una utilidad per se: poder soplarse el humor espeso y pegajoso que segregan las membranas mucosas, y especialmente el que fluye por las ventanas de la nariz. En pocas palabras, poder limpiarse los mocos. ¡Qué asco, ¿no?! Y la nariz tiene un acompañante aleatorio, que es el bigote, que viene a ser algo así como el subrayado de la nariz. De hecho, los muy narigones lo usan para disimular el tamaño del órgano nasal. Si seguimos hacia abajo, viene la boca. La boca es algo muy complejo. Por una parte, tiene la lengua, cuya utilidad es poder burlarse de los demás cuando somos niños. También están los dientes y las muelas, que son útiles para entender lo que es el dolor y para aprender a cepillarlos para que se mantengan más o menos limpios. Y por último, los labios. Estos sí que son útiles en serio, porque sirven para besarnos. ¡Pavada de utilidad! Habría que seguir con el resto del cuerpo humano, pero la verdad es que se vuelve un poco tedioso, así que lo mejor es que lo dejemos aquí. Hasta la próxima.

De la serie «Relatos en positivo»

    Matrimonio contradictorio

    Cuando vivía en Inglaterra –porque aunque no lo crean, yo viví en Inglaterra. En Inglaterra y Avellaneda, en la Provincia de Buenos Aires. ¿Y qué? ¿Acaso no es lo mismo? Bueno, ya sé que no es exactamente lo mismo, pero es más o menos similar. Como dice la canción, “casas más, casas menos, igualito a Gran Bretaña”. Ah, ¿no es a Gran Bretaña sino a Santiago? Bueno, ya les dije que no era exactamente lo mismo. La cuestión es que cuando vivía allí, tenía unos vecinos muy peculiares: el matrimonio compuesto por el banquero inglés Mr. Minor Slowly Comein y su esposa irlandesa Mrs. Major Quickly Goout, que se habían mudado de las Islas Británicas para instalarse en la Argentina. ¿Por qué lo hicieron? Nadie lo supo nunca. Ni ellos mismos. Pero aparte de esa impensada decisión, ustedes seguramente se preguntarán por qué otra razón eran peculiares. La respuesta es simple: porque discutían hasta el cansancio –en inglés, por supuesto- y nunca se ponían de acuerdo en nada… Bueno, en casi nada. Como cuando estaban de novios, en que el principal tema de debate era la cantidad de hijos que tendrían cuando se casaran. Él quería dos, mientras que ella batallaba por tener cuatro. Para zanjar la diferencia, acordaron que fueran tres. Un varón, una mujer y un gato. Está bien que un gato no es un hijo, pero a veces cumple una función similar. Es como un bebé permanente: hay que alimentarlo, limpiar sus necesidades y aguantarlo cuando chilla. Y pareciera no crecer nunca. Pero el gato no fue el primer problema que afrontaron, sino el nacimiento del hijo mayor del matrimonio. Allí surgió un nuevo foco de conflicto. El padre quería llamarlo Never y la madre Always, así que como no llegaban a un acuerdo, decidieron ponerle Son. Y eso les sirvió de experiencia para cuando nació la niña. Esta vez sin discutir, directamente, la llamaron Daugther y así saldaron el asunto. El conflicto reapareció cuando compraron el gato. Para seguir con la tradición familiar, el señor Comein quería llamarlo Cat, pero la esposa se opuso, porque como era de angora –el gato era de angora, no ella, que había nacido en el coqueto pueblo de Londonderry-, ella quería ponerle de nombre Anatolia. Estuvieron semanas discutiendo el asunto, hasta que decidieron que fueran los hijos quienes bautizaran al felino. Pero los chicos entendieron mal el deseo de los padres, y como eran de religión bautista, para bautizarlo le sumergieron en una tina. Y allí se acabó el problema… digo, el gato. Bueno, también el problema. Mientras tanto, Slowly y Quickly seguían con sus diferencias. Ella siempre sentía frío, mientras que él, por el contrario, estaba siempre acalorado. Así que para poder dormir sin inconvenientes, encendían dos aparatos de aire acondicionado. La dificultad era que él lo configuraba en refrigeración, mientras que ella lo ponía en calefacción. Así que según por qué puerta entrabas al dormitorio, te morías de frío o de calor. Y hablando de puertas, las diferencias entre ambos eran impensadas y muchas veces irreconciliables. Él propugnaba que la puerta de la casa abriera para adentro, y ella, por el contrario, que fuera para afuera. (“Fuera para afuera”. ¡Qué feo suena! Pero no se me ocurre nada mejor). La cuestión es que finalmente, entre tanto push y pull, terminaron colocando una puerta vaivén. ¡La de golpes que se pegaban el uno al otro cada vez que salían o entraban de la casa! Hubo muchos otros motivos de litigio entre ambos, pero todo terminó el día que se marcharon para siempre… ¡No, no me estoy refiriendo a que se murieron! Ella se fue a vivir a una cálida isla del Caribe y él se instaló en la Antártida. Y sin teléfonos. Desde entonces, no discutieron más. Buena forma de terminar con los problemas, ¿no? Hasta la próxima.

      Traducción de términos (para los que no saben inglés)

      Minor: MenorSlowly: Lentamente – Come in: Entrar

      Major: MayorQuickly: RápidamenteGo out: Salir

      Never: NuncaAlways: SiempreSon: HijoDaugther: HijaCat: Gato

      Anatolia: Región de Turquía, cuna de los gatos de angora

      Push: EmpujarPull: Tirar hacia uno

      De la serie «Relatos en positivo».

      El idioma castellano

      El idioma castellano presenta algunas particularidades que pueden llevar a confusión o incluso a malas interpretaciones. De hecho, desde su mismo nombre se plantean dudas. ¿Se dice “idioma castellano” o “idioma español”? Parece que son sinónimos, pero no me atrevería a preguntarles qué piensan de eso los catalanes, los gallegos o los vascos, por citar sólo algunas de las etnias que pueblan la península ibérica. Un claro ejemplo de lo que digo es el verbo “alquilar”. Cuando alguien dice “alquilo esta casa”, ¿quiere significar que la está tomando en alquiler o que la está ofreciendo en alquiler? Porque no es lo mismo, ¿no? O en realidad sí es lo mismo, pero no para la misma persona. Puede ser un propietario o un inquilino, según el lado del escritorio donde se encuentre. Entonces, si es así, ¿no sería conveniente inventar un verbo nuevo para los que pagan un alquiler, como por ejemplo “inquilinar”. Claro, no es muy lindo decir “inquilino esta casa”, pero al menos quedaría claro qué soy. Bah, al menos eso es lo que creo. Otro caso confuso es el de la letra “v”. ¿Se la llama “ve corta”, “ve labiodental” o “uve”? Tiene un problema de identidad la pobre. Pobre, con “be labial”. O “b larga”. O como sea. A estas alturas ya no sé cuál es cuál. ¿Y la “y griega”? Ahora se la llama “ye”, porque suena como “ye”. Parece que lo hicieron porque los griegos querían cobrar derechos de autor y los españoles no querían, por miedo a que después hubiera otros que reclamaran por la ge-latina. Y ya que estamos hablando de los nombres de las letras, ¿por qué la mayoría de ellas tienen dos letras, pero algunas llevan tres o más? Como la “efe”, la “hache”, la “jota” y otras más. ¿Qué son? ¿Privilegiadas? Un caso peculiar es el de la letra “r”. Cuando se la nombra en el abecedario, ¿se pronuncia “r”, como en pero o fiero, o “rrr”, como en perro, fierro o ferrocarril? Nótese que no puse ferocaril, porque no existe. Pero me gusta cómo suena “ferrrrocarrril”, “ferrrocarrril”… Siempre nos estamos preguntando si se dice “la sartén” o “el sartén”, “el calor” o “la calor”, “el mar” o “la mar”. Y así sucesivamente. Y nunca terminamos de estar seguros. Para terminar, les presento un caso que es del acervo popular. Eso quiere decir que no es un descubrimiento mío sino que alguien me lo contó alguna vez. Es el caso de que “separado” se escribe todo junto, mientras que “todo junto” se escribe separado. Muy ingenioso, ¿verdad? Bueno, creo que éste es el final. ¿O la final? Hasta la próxima.

      De la serie «Relatos en positivo»

      El martillo azul (Ejercicio del taller literario)

      Tomó el martillo azul entre sus manos locamente venosas y de un solo golpe hundió el cráneo aquel que tanto lo angustiaba. Era, como toda primera vez, una experiencia roja salpicando las paredes del misterio. Los fragmentos de hueso se esparcieron sobre un suelo extrañamente amarillo, escurriéndose entre las juntas del parqué. Enfundó la herramienta dentro de un viejo ejemplar de La Nación y, con un suspiro apenas esbozado, abandonó en silencio el cuarto del hotel.

      El presente relato fue originalmente publicado en el libro «Ciento un relatos que siento uno«

      La noche

      ¿De qué está hecha la noche? ¿Cuál es su esencia? Cada vez que el día concluye, la noche se vuelve la reina de un imperio de sombras que surge por instantes, que avanza sin volver atrás, que cubre morosamente los espacios que hasta minutos antes estuvieran poblados por la luz de la tarde. De un imperio colmado de silencio. Porque la noche es también silencio. Un silencio abstracto, que se materializa en las honduras de la soledad, que se quiebra ni bien comienza la mañana, como si recorriera una permanente cinta de Moebius con el dinamismo propio de luz/penumbra/luz. La noche puede traer el reposo del lecho o la euforia de una fiesta nocturna, el sueño reparador o la pesadilla que no deja dormir, “el músculo que duerme” o “la ambición que descansa”. La noche es el final de todo día, pero al mismo tiempo, el preludio de cada nuevo día. No existe el día sin la noche, como no existe ésta sin aquel. Por eso, los suspiros del día se acallan en la noche, mientras que las ilusiones que nacen durante la noche se perfeccionan en la realidad de cada día…

      El entrecomillado corresponde a la letra del tango “Silencio en la noche”, con música de Carlos Gardel y Pettorossi y letra de Alfredo Le Pera.

      Este texto forma parte de la serie “Reflexiones sin flexiones”.

      Con los ojos cerrados

      Es extraño. Cierro los ojos y mi visión se ilumina con las sombras de la nada. La mirada se pierde tras fronteras inmutables. El pensamiento naufraga en una soledad espesa, agobiante, caótica en continente, depresiva en contenido. Cierro los ojos y contacto una realidad imposible de explicar con la mirada atenta. Cierro los ojos, el tiempo se detiene, el espacio se contrae. En realidad no hay tiempo ni hay espacio. No hay medida posible de las cosas. No hay siquiera un yo.

      De la serie «Reflexiones sin flexiones».

      La oscuridad

      La oscuridad, ese fantasma ciego que inopinadamente nos circunda, a veces despierta nuestros miedos y otras, en cambio, guarda los sueños y deseos en un cofre de misterio y soledad. Por momentos oprime con la fuerza de un vacío que sólo puede percibirse a flor de piel, mientras que en otros nos protege cobijándonos con su manto de los supuestos males que el día acarrea. Y en esa dualidad de un ying y yang nunca provocado ni admitido por nuestra voluntad, sentimos el frío de la angustia o la dicha provocada por la intimidad en que nos sumimos cuando queremos perdernos y volvernos a encontrar. Así, la oscuridad puede ser una dulce compañera de aventuras o un suplicio que sólo nos abandona cuando, casi sin notarlo, asoma la mañana.

      De la serie «Reflexiones sin flexiones».

      Silencio y colores

      Cuando escucho el silencio de las flores en un jardín al que no llegan los silencios, matizado por el eco multiforme de pájaros y mariposas, me siento a contemplar los colores de las plantas del lugar. Son momentos mágicos de reencuentro con mis pensamientos no contaminados, con sentimientos que recorren paralelos la razón. Son instantes de una vida-torbellino que pocas veces se detiene, ensimismada en el propio devenir. Es entonces que el reposo del cuerpo alerta mis sentidos y la atención se difumina sobre la maravilla que tengo junto a mí y me rodea. Es entonces cuando reconozco que hay un ser que me trasciende, tan importante al menos como yo, alguien al que siento y que me siente.

      De la serie «Reflexiones sin flexiones»

      Arcón de recuerdos

      Los recuerdos se guardan en un arcón del tamaño de la nada. No hay lugar en él más que para ellos. Quizás algún suspiro se cuele entre las tablas desparejas, a través de hendijas invisibles, por los goznes que chirrían al abrirse. A veces se oyen voces que ocupan los rincones o se escucha un silencio que se apaga lentamente. Otras, suena una melodía despojada, distante, infinita, mezcla del canto de los pájaros y del zumbar de las abejas, mezcla de arco iris y de lluvia en los tejados, mezcla de ayeres indecisos y mañanas improbables. Como fuere, el arcón muestra una cerradura oxidada, reacia a recibir la visita de una llave que, sin proponérnoslo, colgamos de una cinta alrededor de nuestro cuello para tenerla siempre a mano, pero que siempre olvidamos dónde la guardamos. Es por eso que, en definitiva, son ellos, los recuerdos, los que pueden, si quieren, abrir la tapa del arcón y sorprendernos…

      De la serie «Reflexiones sin flexiones»

      Oro, incienso y mirra

      Oro, incienso y mirra. Eran esos tres los dones que según la tradición cristiana recibió el recién nacido Niño Jesús de manos de los Reyes Magos, esos sabios astrólogos presumiblemente llegados desde el lejano pueblo de Saveh, en la antigua Persia, siguiendo la estrella que se posó sobre un establo en Bethlehem. Cerca de ochenta días debió llevar el viaje de aproximadamente mil seiscientos kilómetros que separa ambos poblados, en un recorrido que pudo haber pasado por Damasco, por Gerasa y Gadara, por Alepo, por Jericó, por Jerusalén… ¿Habrán cruzado el Puente de Sorkhedeh? ¿Se habrán detenido a contemplar la maravilla edomita de Petra? ¿O habrán seguido la ruta del Río Eufrates para mitigar los rigores del Gran Desierto de Arabia? Nadie puede saberlo con certeza. Pero, ¿qué buscaban los magos? ¿Qué los llevó a afrontar semejante travesía? Sólo pueden presumirse sus intenciones. Buscaban a un rey poderoso y por eso llevaban oro para obsequiárselo. Buscaban al descendiente de un dios y eso los llevó a poner incienso en sus alforjas. Buscaban a un representante de la humanidad y querían ofrecerle mirra. Oro, incienso y mirra… Tres dones que los hombres ofrecemos al Niño Dios, imagen tal vez de las tres virtudes que Dios nos ofrece: Fe, Esperanza y Amor. Vivamos esta Epifanía sintiéndonos un poco Melchor, un poco Gaspar y un poco Baltazar, y tomando el ejemplo de los reyes, inclinemos nuestras cabezas ante el pesebre para saludar al Niño que acaba de nacer…

      Nota: Los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar aparecieron por primera vez en el famoso mosaico del siglo VI en la basílica de San Apolinar el Nuevo en la ciudad italiana de Ravena.

        Año viejo, Año nuevo

        Diez… nueve… ocho… siete… seis… cinco… cuatro… tres… dos… ¡Un momento! Antes de llegar a cero y comenzar a celebrar con champan y fuegos artificiales -o con naranjada y petardos- el año que llega, tal vez debamos detenernos a reflexionar unos instantes sobre el año que se va. Doce meses más de vida –o doce meses menos, según la perspectiva que adoptemos- que se han deslizado del calendario para aterrizar sobre nuestras espaldas dejándonos un cúmulo de experiencias, éxitos, fracasos, momentos deliciosos y otros no tanto, amistades que llegaron y otras que se fueron, dolores, risas, llantos… Es un tiempo único –de hecho, habrá otros parecidos, pero éste no volverá a repetirse- para la meditación profunda y la toma de conciencia de quienes somos, quienes queremos ser y quienes podemos ser. Tal vez sea el momento de preguntarnos qué hicimos bien en el año que pasó y qué debemos y podemos mejorar. De sopesar cuánto hemos amado, cuánta fe hemos tenido y cuánta esperanza nos ha sostenido. De traer a la memoria a aquellos que por diversas circunstancias hemos mantenido alejados de nuestra vida. De apreciar lo que hicimos, lo que nos quedó por hacer y lo que podíamos haber hecho mejor. Cada quien sabrá poner sobre la mesa sus logros y sus frustraciones, las buenas intenciones que pudo concretar y las que quedaron en el camino. Cada quien armará su propia senda y la recorrerá del modo que mejor pueda hacerlo. Nos esperan doce nuevos meses por delante. Vivámoslos intensamente, estrujémoslos para sacarle todo el jugo posible basados en nuestra experiencia pasada, pero mirando siempre hacia adelante. Adiós Año Viejo. Bienvenido Año Nuevo.  

        De la serie «Reflexiones sin flexiones»