En el convento

    Hace algún tiempo fui a visitar un convento de monjas. Fue una experiencia fascinante. Más que fascinante, sor-prendente. Y digo sor-prendente, porque cuando se nombra a alguna de las hermanitas que viven allí, a su nombre se le antepone el título de “Sor”. ¡Claro! ¡No se les va a decir “señora” o “señorita”! ¡No corresponde! Y es notable ver cómo muchas veces el nombre de cada monja, precedido del apelativo, describe ya sea su personalidad o bien sus funciones. Veamos algunos ejemplos. Cuando se llega al convento y se hace sonar el llamador, la que abre la puerta es Sor Presa. Ella es la encargada de recibir a los visitantes que llegan sin aviso previo. De sor-presa, bah. También es la cocinera, y la verdad, a la hora de la cena se hace palpable su nombre, porque nunca se sabe por anticipado lo que se va a comer. O siquiera si se va a comer. Eso de que se hace palpable es una forma de decir, porque nadie nos palpa a la entrada del convento para ver qué llevamos. Y mucho menos se puede palpar a las hermanas. Sería un verdadero escándalo. Sigamos. Hay una monja muy alta y delgada, con la cara “chupada”. Se llama Sor Bete. Es la encargada de las bebidas. Antes de entrar al monasterio trabajaba en Coca Cola. No sé bien a qué se dedicaba en esa empresa, pero cuando apareció la Pepsi decidió volcarse a la vida monástica. Ahora sirve el agua. Y sin volcarla. El convento es de clausura. No significa que lo hayan clausurado, sino que no se puede hablar en voz alta. Fue una regla que estableció la Hermana Superiora, Sor Domuda. Sor Domuda era… sordomuda. Y como no escuchaba ni hablaba nada, decidió que lo mejor era establecer la regla del silencio, que establece que sólo se puede hablar con sor-dina o con lenguaje de señas. Algunas de las integrantes de la comunidad llegaron del interior del país, como Sor Go, que vivía en el campo aunque era originaria de la India. Sor Go tiene las manos con nudos y vello, lo que no las hace muy bellas, y es muy delgada y alta. Parecida a Sor Bete, pero más rústica. Parece una caña con cabello. Ella se encarga de la huerta y también de los arreglos edilicios porque tiene experiencia en sor-tear dificultades. Otra que llegó de afuera es Sor Iana… Es ella sola, eh. No vayan a creer que entró al convento con alguien llamada Ana. Sor Iana es natural de Soria, en España, donde nace el río Duero, y es ceceosa, a pesar de lo cual se la pasa cantando. Varias de las otras hermanas son Sor Tilegio, que es muy supersticiosa; Sor Tija, encargada de las ceremonias de bodas que a veces se llevan a cabo en la capilla; Sor Didez, responsable de la limpieza, aunque no lo hace muy bien. Las italianas Sor Passo y Sor Rentino y la lraní Sor Aya completan la lista. Como verán, es un grupo heterogéneo de monjas mujeres pero que se llevan muy bien. Que un grupo de mujeres que están juntas todo el día se lleven bien resulta al menos sor-presivo. ¿No les parece? Hasta la próxima.

    De la serie «Relatos en positivo»