De pluma ajena – Antiguas historias

Hola a todos. Continuamos con las antiguas historias que encontré entre mis papeles. La de hoy se titula “La vaquita” y espero que les guste.

La vaquita

Un Maestro paseaba por un bosque con su discípulo cuando vio a lo lejos un sitio de apariencia muy pobre. Decidió hacer una breve visita al lugar, mientras le comentaba al aprendiz sobre la importancia de conocer y visitar personas y aprovechar las oportunidades de aprendizaje que ofrecen estas experiencias. Los habitantes de la casa eran una pareja y tres hijos vestidos con ropas sucias y gastadas y sin calzado.

El Maestro se aproximó al dueño de casa y le dijo: -En este lugar no existen posibilidades de trabajo. ¿Cómo hacen ustedes para sobrevivir aquí?

El hombre le respondió calmadamente: – Amigo mío, nosotros tenemos una vaquita que nos da varios litros de leche por día. Una parte la vendemos o la cambiamos por otros alimentos en la ciudad, y con la otra parte producimos queso, manteca y otros productos para nuestro consumo, y así vamos viviendo.

El Maestro agradeció la información, y él y su discípulo continuaron la marcha.

Cuando estaban a medio camino, el Maestro le pidió a su discípulo que buscara la vaquita y la empujara por el barranco.

El joven miró al Maestro con espanto e intentó cuestionarle la orden, pero como percibió el silencio absoluto del Maestro, cumplió temeroso la orden. Empujó la vaquita por el barranco y la vio morir.

Varios años más tarde el discípulo abandonó al Maestro y regresó al lugar para contarle a la familia lo que había hecho y pedirle perdón.

A medida que se aproximaba al lugar, veía todo muy cambiado para bien, con árboles floridos, una hermosa casa, un automóvil en la puerta y algunos niños jugando en el jardín.

Vio venir hacia él al dueño de casa, que era el mismo que había conocido en su visita anterior, y le preguntó: -¿Cómo hizo para mejorar este lugar y cambiar de vida?

El hombre le respondió: -Nosotros teníamos una vaquita que nos daba de comer, pero un día se cayó por el barranco y se murió, así que nos vimos en la necesidad de hacer otras cosas y desarrollar otras habilidades que no sabíamos que teníamos. Y así, poco a poco, fuimos mejorando en nuestro nivel de vida.

Todos tenemos “una vaquita” que si bien nos proporciona algunas cosas básicas, al mismo tiempo nos hace dependientes de ella y nos inhibe de progresar. Descubrámosla y empujémosla por el barranco.

De la serie “De pluma ajena”

Mis cuatro estaciones – Invierno

 

InviernoFrío. La lluvia impiadosa que calaba la ropa hasta los huesos, atemperada apenas por la capa impermeable que dejaba al aire las rodillas. Una bruma envolvente rodeada de misterio, el sobretodo heredado de quien sabe que pariente, la estufa a kerosene con olor a kerosene, el patio cerrado por un toldo de loneta​, el plato de polenta con queso derretido, las sombras tempranas de la noche en plena tarde, el guardapolvo blanco, el beso de mi madre al despertarme, mi cuerpo amarrado a las frazadas negándose a abandonar el lecho, las pastas amasadas los domingos, la leche con un poco de café y los panes untados con manteca, la pizza de los viernes, el invierno…

Este texto forma parte de la serie “Reflexiones sin flexiones”.

Y si quieren escuchar Confesiones de invierno, por Sui Generis, hagan click en el siguiente video:

Ladrona de supermercado

SupermercadoCaminaba distraídamente por los pasillos del supermercado esquivando changos cargados de mercadería, regodeándose con los vinos en las góndolas, mirando la cara de la gente que compraba todo tipo de artículos. Al llegar a la zona de los lácteos vio a una mujer joven, con un pequeño colgado de las faldas, ocultando entre la ropa un cartón de leche. Se miraron mutuamente. Ella puso un dedo sobre la boca pidiéndole que no la delatara. El asintió con la cabeza en un gesto cómplice. Ella le devolvió una sonrisa. Lo que nunca supo es que él… ¡era el dueño del supermercado!

Este relato forma parte de la serie “Cuentos de cien palabras”