De pluma ajena

Hola a todos.

Hace algún tiempo recibí –no recuerdo de quién- un par de definiciones graciosas que hoy quiero compartir con ustedes.

Aquí van:

  1. CIELO E INFIERNO.

¿Conocen las definiciones de Cielo e Infierno?

  • Cielo es el lugar donde:
    • Los policías son ingleses
    • Los cocineros franceses
    • Los mecánicos alemanes
    • Los amantes italianos
    • Y está todo organizado por los suizos
  • Infierno es el lugar donde:
    • Los cocineros son ingleses
    • Los mecánicos franceses
    • Los policías alemanes
    • Los amantes suizos
    • Y está todo organizado por los italianos
  • POLÍTICO Y MUJER

¿Conocen las diferencias entre un político y una mujer?

  • Un político:
    • Si dice sí, quiere decir tal vez
    • Si dice tal vez, quiere decir no
    • Si dice no, no es un político
  • Una mujer:
    • Si dice no, quiere decir tal vez
    • Si dice tal vez, quiere decir sí
    • Si dice sí, no es una mujer

¿Las conocían?

¿Les gustaron?

Hasta la próxima.

Recuerdos

Abrí el arcón donde guardo los recuerdos: el tren a cuerda, las bolitas, el cuaderno premiado de primaria, una rama de eucaliptus tallada en campamento… Testimonios todos ellos de una infancia feliz, sin sobresaltos, plena de juegos e ilusiones. Junto a ellos encontré la lapicera Tintenkuli que me regalaron a los quince, una Victorinox que nunca usé, la foto rancia de la primera salida sin mis padres, cuando a los dieciocho nos fuimos a la costa con amigos y sin dinero. Huellas de una juventud vivida plenamente, con todos los deseos por delante. Por fin hallé una carta doblada en cuatro partes y una fotografía de mujer. Entonces sí, lloré.

Este relato forma parte de la serie “Relatos mínimos”.

Cuento gris

Ella salió por la ventana, el lugar quizás menos esperado, y se perdió en la noche. Él quedó solo, en medio de la oscura habitación, mascullando en voz baja su sorpresa. ¿Por qué la habría dicho que lo de ellos era imposible? ¿Quizás por su fealdad, por su cara estropeada, por su cuerpo incontinente? O tal vez no coincidían en los gustos, sobre todo, si de comidas se trataba. Era difícil para un hombre lobo amar a una mujer vampiro.

Este relato forma parte del libro “Ciento un relatos que siento uno” publicado en Diciembre de 2010.

Noche de brujas

Noche de brujasEs noche de brujas. La luna, ausente, preside un cielo sin estrellas. Las sombras estiran sus formas ocupando hasta el último rincón. Unas figuras lóbregas parecen deslizarse junto a las paredes, mientras un gato deja oír su maullido lastimero y el olor a azufre hiere el olfato. De pronto, alzándose del suelo, un ente tenebroso compacta el aire a su alrededor y se muestra radiante de densa oscuridad. El hedor se torna insoportable. El ente se desliza raudo hasta una figura con forma de mujer y se funde con ella en un abrazo agónico. Un murmullo jadeante crece lentamente hasta mutar en un grito visceral. Luego, el silencio. Por la mañana, todo parece ser igual a cualquier día, excepto por la novedad de un demonio diminuto creciendo en un vientre de mujer.

Este relato forma parte del libro “Ciento un relatos que siento uno” publicado en Diciembre de 2010.

Ladrona de supermercado

SupermercadoCaminaba distraídamente por los pasillos del supermercado esquivando changos cargados de mercadería, regodeándose con los vinos en las góndolas, mirando la cara de la gente que compraba todo tipo de artículos. Al llegar a la zona de los lácteos vio a una mujer joven, con un pequeño colgado de las faldas, ocultando entre la ropa un cartón de leche. Se miraron mutuamente. Ella puso un dedo sobre la boca pidiéndole que no la delatara. El asintió con la cabeza en un gesto cómplice. Ella le devolvió una sonrisa. Lo que nunca supo es que él… ¡era el dueño del supermercado!

Este relato forma parte de la serie “Cuentos de cien palabras”

Escenas de un parto inolvidable

partoLa mujer, alta, rubia, de piel inmaculadamente blanca, preanunciaba con sus dolores el inminente parto en el quirófano del coqueto sanatorio ambientado a la usanza de la lejana Okinawa, sede central de la empresa en cuya filial local se desempeñaba como secretaria del principal ejecutivo extranjero de la firma. En el corredor cercano, el marido, rollizo y moreno, desandaba su nerviosismo taladrando el piso de madera entarugada con un incesante ir y venir. Este sería el tercero de sus hijos, luego del varón calco perfecto de la madre, y la niña que llevaba su propio sello mediterráneo de piel oscura y ojos claros. La obstetra anunció la llegada de la criatura con el clásico “¡Ya viene!”. Luego de un breve forcejeo, el niño vio la luz. El neonatólogo lo tomo entre las manos y de inmediato advirtió que algo estaba mal. Mientras lo liberaba de la mucosidad del embarazo, observo consternado la piel amarillenta del recién nacido. “Parece una ictericia”, le comento a la obstetra, mientras seguía examinándolo. Al cabo de un rato, tras dar su veredicto final, le pregunto a la médica: “¿Hablas vos con el padre?”. Ella asintió resignada. No le gustaba dar malas noticias, sobre todo tras un parto exitoso, Se despojó de la ropa del quirófano y asomándose al vestíbulo encaró al hombre, quien ansiosamente le preguntó, atragantándose con las palabras: “¿Cómo fue todo? ¿Cómo está mi esposa? ¿Y el bebé?”. La doctora suspiró y le respondió: “Cálmese, el parto fue normal. Es un varón y ambos están bien, Sólo hay algo que quiero decirle, que no alcanzo a comprender. Su hijo es… es… ¡es japonés!”. El hombre se golpeó la frente con el canto de la mano y exclamo en voz alta: “¡El jefe de mi señora!”. Luego de lo cual, se abalanzo sobre la puerta de salida y desapareció.

Este relato está basado en una historia urbana que nunca supe con certeza si realmente ocurrió.

Este relato pertenece a la serie “Cuentos incontables”.

Día de todos los santos

Santos

Hoy, Día de todos los Santos, es una fecha especial. Es el día en que celebramos a todas las personas de buena voluntad que trabajan cotidianamente para ser mejores, para ayudar a los demás, para construir un mundo de excelencia para todos. Vivir como un santo es plantar un árbol sabiendo que tal vez no se lleguen a cosechar los frutos, pero igualmente hacerlo. Vivir como un santo implica entender que hay Alguien Superior dentro de cada hombre y cada mujer, y por ello se lo respeta y considera. Por eso en este día de esperanza infinita, quiero saludarlos y felicitarlos a todos ustedes, los santos imperceptibles, los santos silenciosos, los santos que viven y trabajan en racimo, los que pueden llegar a dar su vida por los demás. ¡Feliz día! Que el Dios en el que cada uno cree, los bendiga. Y si no creen en ninguno, que sean sus propios hermanos quienes los bendigan.

Este texto forma parte de la serie “Reflexiones sin flexiones”.

Madre

Virgen María¿Qué nos espera al final de esta vida empedrada de silencios? Quizás una inexplicable soledad que cierna los sentidos. Tal vez una densa oscuridad que nos envuelva. El camino es largo, azaroso. No atisbamos el final. Sin embargo, la puerta oscura del vacío nos invita a transponerla. Y sólo una mujer, una moderna Eva, nos alienta. Sólo alguien que supo ver morir un hijo, puede parir una esperanza.

Este texto forma parte de las series “Reflexiones sin flexiones” y «Con efe de Fe».

Mis vecinos

DesordenMis vecinos del departamento contiguo –contiguo dije, no antiguo-… aunque también podría ser antiguo, como el mío, que tiene como mil años. Bueno, mil años no, pero es reviejo. De todos modos, no estaba hablando del departamento sino de mis vecinos, que son una familia tipo. Tipo despelote, quiero decir. El marido es divorciado en segundas nupcias, a la mujer la abandonó el primer esposo, y ella se juntó con el actual y entre ambos tienen siete hijos: tres de cada uno de los matrimonios anteriores y uno que ellos se encargaron de encargar. Encargaron, dije. En realidad les vino sin aviso previo cuando ya estaban decididos a comprar un coche. En lugar del coche debieron optar por un cochecito. Y una cuna. Y pañales, ajuar de bebé y no sé cuántas cosas más. La cuestión es que viven los nueve en un departamento de cuatro ambientes. Cuatro ambientes: caluroso, templado, fresco y frío. ¡Porque ni cortinas tienen! Pero no hablaba de esos ambientes, sino de los otros. Los cuatro ambientes que decía son una cocina, un baño, un balcón y un dormitorio/comedor/sala de estar/cuarto de juegos/living/etcétera donde tienen varios sillones cama que le dan al departamento un aspecto de mueblería de segunda. El departamento es vivienda única… únicamente de noche, quiero decir. Porque de día se rajan todos para tener un poco de espacio. Como en Japón, ¿vieron?, que mandan a los japoneses a pasear al exterior, porque si no, se caen de la isla. Cómo será de chico el departamento que tienen que comer en turnos de a uno porque no hay lugar para poner más sillas. Dije “más sillas”, no “masilla”. Aunque tampoco queda sitio para masilla, ya que las paredes están todas remendadas. Y sí, se la pasan tropezando, así que el living está decorado a golpes. El baño es otro lugar que está ocupado las veinticuatro horas del día. Y también durante la noche. Es que cuando no está uno, lo ocupa otro. Por eso, cuando salen de vacaciones, el inodoro hace una fiesta. En el balcón guardan la ropa. El problema es cuando llueve, porque se les moja hasta la ropa interior. Aunque debería ser la ropa exterior, ¿no? Porque si la guardan afuera, es exterior. Exterior, interior, no importa: igual se les moja. El esposo, mi vecino, trabaja todo el día. Yo no sé si lo hace porque no le alcanza la plata o como una forma de evasión. La esposa, en cambio, no hace nada. No cocina, no lava, no plancha y se la pasa tirada en la cama durmiendo o mirando televisión. No me creen, ¿verdad? Hacen bien. Porque en realidad, la pobre vive fregando, mientras el resto de la familia le reclama cosas. Y ella les da todos los gustos porque los ama. Los ama-sijaría, digo, pero no puede hacerlo porque iría presa. Aunque tal vez sería una forma de librarse de los otros ocho. Vez pasada intentó suicidarse pero no pudo. Entre tanto desorden no encontró ni los somníferos, ni la llave del gas ni un cuchillo de serrucho para cortarse las venas. Entonces decidió seguir viviendo, que era más fácil que seguir buscando. Pero tuvo suerte; tropezó en la escalera y se rompió una pierna. Le recetaron un mes de internación. Ella quería quedarse a vivir en el sanatorio, pero no se lo permitieron. Los médicos no aguantaban las visitas de los familiares. Entonces volvió al departamento, donde el esposo y los hijos la esperaban ansiosos. Había tanta mugre que en vez de limpiar decidieron mudarse. Como no encontraban un departamento que les gustara, compraron varios tranvías en desuso y los llevaron a un terrenito que tenían en Villa Calzada. Ahora, finalmente, cada uno tiene su cuarto. El problema es que para comunicarse tienen que tocar la campanilla. Hasta la próxima.

Este relato forma parte de la serie «Relatos en positivo».

Mi comienzo, tu final

Puerta entreabierta“¡Me voy!”. Las palabras, pronunciadas casi con fiereza, captaron de inmediato su interés. Se destacaban nítidamente por sobre unos suaves gemidos ahogados que provenían del cuarto adyacente. Acuciado por la curiosidad, acercó un oído a la pared. Tras un primer momento de estupor, intentó febrilmente adivinar lo sucedido. Imaginó una despedida, el fin inevitable de una relación agotada tras serios desencuentros, la escisión en dos caminos diferentes. A ella la supuso delicada, llorando mansamente tendida en un diván. A él, de gesto adusto, con una mano sosteniendo una maleta desprolija y con la otra arrojando sin clemencia unas llaves sobre el piso. De pronto, otra vez oyó el lamento: “¡Me voy!”. Las palabras repetidas acallaron su primera impresión. Concibió el encuentro amoroso de dos cuerpos enlazados en un abrazo interminable. Una mujer suave y rotunda palpitando debajo de las sábanas, acompañada por un hombre que acariciaba su cuerpo con pasión. Preso de un deseo pernicioso, aproximó el oído para escuchar mejor. Nuevamente la voz grave, casi agonizante, repitió la letanía: “¡Me voy!”. Una vez más mudó de pensamiento. Se le representó esta vez un lecho de enfermo, con un padre moribundo despidiéndose de la familia atribulada acompañándolo en su último estertor. No resistió la tentación de averiguar el desenlace. Se abalanzó sobre el palier, y arrimándose con precaución a la pared, llegó hasta la puerta entreabierta de la habitación adjunta. Más cautelosamente aún, se asomó al interior. Entonces pudo ver…

Escriba su propio final y hágamelo llegar para su publicación.

Este relato pertenece a la serie “Cuentos incontables”.

Final propuesto por E.A., un amigo de Buenos Aires:

Entonces pudo ver un cartel pegado sobre la heladera que decía: «Me voy porque esto no funciona», y un hombre controlando si la heladera en realidad enfriaba o no.

Final propuesto por M.M., un amigo de Brasil (la traducción corre de mi cuenta, así que pido perdón por los errores):

Entonces pudo ver un joven diciendo: «Me voy para otro país, de preferencia en Europa, donde se pueda caminar por las tranquilas calles sin mirar hacia atrás para ver si un asaltante me persigue, y tomar un transporte público lleno, pero donde se respeta a todo el mundo y, finalmente, la ley es respetada y temida por todos. No tengo intención de volver. No me esperen para el almuerzo…

Final propuesto por M. F., una amiga del Taller literario

Entonces pudo ver que al fin, después de tanto desearlo, lograba anunciar con júbilo que podría realizar el viaje añorado.

El sueño (I) – El error

El siguiente relato no lo inventé, sino que… ¡lo soñé! Si les resulta raro el desarrollo o el final, es porque traté de expresar en cien palabras lo más fielmente posible lo soñado.

Mujer vendiendo en la playa 1Caminaba por la playa discutiendo airadamente con un amigo. Mientras subíamos las escaleras del malecón, una mujer se aproximó a mí diciéndome con voz de angustia: “Escúcheme señor”. Enojado como estaba, no le presté atención y seguí andando. Mi amigo se adelantó para no seguir discutiendo. Recapacité y volví sobre mis pasos para hablar con la mujer. La vi en un puesto de la playa vendiendo chucherías. Me acerqué a ella y le compré unas cuantas. Recién al retirarme advertí que en la escalera aledaña, a cien metros de distancia, se escuchaba una voz angustiada de mujer diciendo “Escúcheme señor”.

Este relato forma parte de la serie “Cuentos de cien palabras”.

Susurros

Media noche. Un silencio amortiguado se desliza al ras de los sentidos. Las sensaciones comienzan a encenderse con olores invisibles y cánticos oscuros. Los cuerpos tejen arabescos sobre el lecho mientras los pensamientos, liberados de su prisión de grises, se juntan en el rincón más lejano de la pequeña habitación. Un gato maúlla una disculpa sobre el tejado cercano, y allá a lo lejos, un grillo olvida su diurna timidez para entonar la estrofa repetida. El hombre se abandona al sueño, en tanto la mujer suspira una vez más. Luego, la nada se cierne sobre el colchón vacío.

Este relato forma parte de la serie “Relatos extravagantes (algunos incluso raros)”

La rehén

EnmascaradoEl delincuente la miró por el resquicio mínimo que la máscara tejida dejaba a los ojos. La rehén no lo percibió. Atada a una silla con varias vueltas de cáñamo, intentaba descifrar con la cabeza gacha el porqué de su prisión en ese cuarto regado de desidia. No comprendía que el artero objetivo de los malvivientes no era ella sino su padre, poderoso magnate de incalculable fortuna. Desde una longincua lucerna, un rayo de luz acariciaba el polvo suspendido en la habitación y desnudaba la traslúcida piel de sus jóvenes hombros. Medrosa, levantó la vista hacia el captor y le inquirió: “¿Por qué estoy aquí?”. El embozado la observó dubitativamente. La belleza de la joven le anudaba la garganta y no atinaba a responderle. El único propósito que lo motivaba era ganar para sí la importante suma de dinero que reivindicaba su delictivo proceder. Ella insistió con la pregunta: “¿Por qué estoy aquí?”. Los ojos azules se clavaron en la rendija del embozo, bajo la cual otros ojos, pardos tal vez, recibieron la mirada como un fuego inoportuno que abrasaba su cerebro. Una lágrima se deslizó por el terso rostro de la joven. El forajido desnudó un cuchillo y se acercó. Ella pegó un respingo temeroso. Él cortó las ligaduras y en tono urgido le ordenó: “¡Vete de aquí!”. Aturdida, la joven masajeó unos instantes sus muñecas y con pasos vacilantes abandonó la habitación. Él la vio partir, y con un gesto de repentino fastidio clavó el cuchillo en la punta de la mesa y se despojó del antifaz. “¿Y ahora qué?”, se preguntó en voz alta. Una sorda imprecación le replicó desde la puerta. La figura de su airado secuaz se recortó en el vano y dos detonaciones acompañaron la invectiva. Se desplomó sobre el frío piso de baldosas. Una mancha silenciosa tiñó de rojo la camisa mientras que cientos de imágenes lo invadieron. De entre todas ellas, nítidamente se destacaban unos ojos azules que, como un  fuego inoportuno, abrasaban su cerebro.

Este relato forma parte de la serie “Cuentos incontables”.

Súcubo

Súcubo 1Cada noche el joven monje se desplomaba sobre la litera de la pequeña celda monacal con la angustia corroyéndole el espíritu. Sabía que el demonio en forma de mujer se introduciría una vez más en sus sueños para seducirlo, alimentándole las fantasías y llevando al paroxismo la respuesta del cuerpo modelado por el cilicio mortificante, la penitencia y el ayuno. Cada noche se repetía el tormento al que no podía sustraerse, en una mezcla de contrición culposa y oculto deleite. La sensualidad y belleza de la onírica hembra lo envolvían con gestos amorosos y mórbidos aromas. Las múltiples caricias, hipotéticas en la realidad del sueño, reales en la irrealidad de la quimera, lo recorrían por entero y encendían su sangre tantas veces contenida. Esa noche, como todas las noches, se recostó en el lecho y se cubrió con el raído cobertor tejido al telar. Cerró los ojos, sólo para advertir una vez más la aparición incandescente de la mujer. Al abrirlos, como hacía habitualmente para espantar a la alucinación, vio con sorpresa inocultable que esta vez la hembra seguía allí.

Súcubo: Demonio que toma la forma de una mujer de extrema belleza para seducir a los varones en sus sueños. El mito del súcubo surgió como explicación del fenómeno de las poluciones nocturnas y la parálisis del sueño.

Este relato forma parte de la serie “Relatos extravagantes (algunos incluso raros)”.

Saliendo de la caverna

Caverna 1El presente relato es continuación del publicado el 17 de diciembre de 2012 bajo el título “Entrando a una caverna”.

Esa luz. Esa luz que ciega está allí. Parece inalcanzable y sin embargo puedo tomarla entre las manos extendidas, mientras me atrae hacia un espacio nuevo. Es una luz mujer, de contornos suspirados por un aroma inconfundible, por el rumor de una voz que no se olvida. Me atrapa entre caricias sutiles con el calor de un sol inapelable, de una estrella viscosa hundida en los pliegues de la piel. Mis pies caminan solos, insomnes, llevando la carga del cuerpo hacia adelante. Mis piernas son las ramas frágiles de un árbol incipiente que se columpia al viento. Un paso más y la luz me ciñe de infinito. Un paso más y nuevamente estoy en el lugar del que partí.

Este relato forma parte de la serie “Relatos y correlatos”.