Omnia mea mecum porto* 

BíasBías era, sin dudas, uno de los hombres más sabios de la época. Los habitantes de Priene lo tenían como su hijo más dilecto. ¡Y vaya que lo merecía! Si gracias a su ingenio la ciudad había sobrevivido al sitio de Aliates, rey de Lidia, el cuarto monarca de la región de la antigua Anatolia., quien, llevado por su soberbia apostaba a hambrear la ciudad para luego tomarla por asalto. Pero no contaba con la sagacidad del sabio. Bías hizo levantar montículos de arena que cubrió en su totalidad con espigas de trigo, haciéndole creer a su sitiador que la población tenía alimentos suficientes como para resistir durante mucho tiempo el asedio. Corrido a su vez por el hambre, Aliates se retiró sin intentar siquiera atacar la ciudad. Pero Priene parecía tener como destino ser agredida por diversos enemigos. Años más tarde fue Ciro, rey de Persia, quien intentó con mejor suerte forzar un ataque. En esa ocasión no hubo milagros y los habitantes tuvieron que abandonar la ciudad. Todos procuraban llevar consigo la mayor cantidad de objetos de valor que pudieran cargar en sus carros y animales. En realidad, no todos. Bías caminaba solo, sin otro tesoro que una raída túnica. Un vecino, al verlo caminar con displicencia, le preguntó si no llevaría algunos enseres consigo. Bías lo miró a los ojos, y con una tenue sonrisa en los labios, le respondió: “Llevo conmigo todas mis cosas”. Y siguió caminando lentamente…

* “Llevo conmigo todas mis cosas»

Este relato forma parte de la serie “Relatos y correlatos”.