Recuerdos

Abrí el arcón donde guardo los recuerdos: el tren a cuerda, las bolitas, el cuaderno premiado de primaria, una rama de eucaliptus tallada en campamento… Testimonios todos ellos de una infancia feliz, sin sobresaltos, plena de juegos e ilusiones. Junto a ellos encontré la lapicera Tintenkuli que me regalaron a los quince, una Victorinox que nunca usé, la foto rancia de la primera salida sin mis padres, cuando a los dieciocho nos fuimos a la costa con amigos y sin dinero. Huellas de una juventud vivida plenamente, con todos los deseos por delante. Por fin hallé una carta doblada en cuatro partes y una fotografía de mujer. Entonces sí, lloré.

Este relato forma parte de la serie “Relatos mínimos”.

56. Sin explicación

muertoSolo. Con la espalda curvada por un dolor extraviado en la memoria. Con las ansias marchitándose. Así lo hallaron esa noche en la calle. No hubo siquiera un atisbo de reacción de su parte. Solamente sus ojos negándose a las lágrimas y el puñal hundido en la garganta. Ah, y la carta que intentaba explicar la decisión inexplicable a simple vista. La carta que, en realidad, estaba en blanco.

Este relato fue publicado por primera vez en diciembre de 2010 en el libro «Ciento un relatos que siento uno».

Antes del fin

Ésta es la carta que te escribí aquella tarde, cuando junto a la reja de entrada observaba la calle languidecer bajo la lluvia. Éstas son las palabras que siempre quise decirte y nunca pude pronunciar, pero que logré escribir con tinta y lágrimas. Éstos son los párrafos que te murmuraba al oído entre las plumas de la almohada sobre la que reposaban tus cabellos, blancos como la blanca sábana, blancos como los pensamientos que ya habían partido. Éste es el papel de arroz garabateado en tinta azul que nunca te entregué. Y ahora, lo llevo conmigo, para dártelo apenas llegue.

Este relato forma parte de la serie “Relatos y correlatos”.

La carta

Recibió la carta que había estado aguardando con impaciencia. La observó largamente, tanto como su angustia se lo permitió, y con un gesto deliberadamente lento la apoyó sobre la mesa ratona, indecisa entre rasgar el sobre para acceder al dolor encerrado en él o quemarlo para hacer imposible su lectura. Muchas cosas habían pasado desde la última vez que se vieran. Mucho tiempo había transcurrido desde la última caricia, el último beso, el último encuentro amoroso, el último adiós. Más tarde, el silencio había ocupado el lugar que antes ocuparan sus confidencias y amplificado las distancias que hasta entonces eran sólo cercanía. Sentada en la butaca art-decó, resistía penosamente la tentación de asomarse al contenido de la pequeña plica color blanco que parecía magnetizar su mirada. De pronto tomó una decisión. Con una afilada tijera de costura cortó cuidadosamente la misiva en cuadrados perfectamente parejos, los apoyó sobre la mesa y levantándose de un salto, se acercó a la barra para servirse una copa del vino blanco que reservaba para ocasiones especiales. Luego, sentándose de nuevo junto a la mesa ratona, tomó un trozo de la carta y comenzó a comer.

Este relato forma parte de la serie “Relatos extravagantes (algunos incluso raros)”